
EL DERECHO DE LAS
NACIONES A LA AUTODETERMINACIÓN
Por
V. I. Lenin
El apartado 9 del programa de los marxistas
de Rusia, que trata del derecho de las naciones a la autodeterminación,
ha provocado estos últimos tiempos (como ya hemos indicado
en Prosveschenie) toda una campaña de los oportunistas. Tanto
el liquidacionista ruso Semkovski, en el periódico petersburgués
de los liquidadores, como el bundista Libman y el socialnacionalista
ucranio Yurkévich en sus órganos de prensa, han arremetido
contra dicho apartado, tratándolo en un tono de máximo
desprecio. No cabe duda de que esta "invasión de las
doce tribus" del oportunismo, dirigida contra nuestro programa
marxista, guarda estrecha relación con las actuales vacilaciones
nacionalistas en general. Por ello nos parece oportuno examinar
detenidamente esta cuestión. Observemos tan sólo que
ninguno de los oportunistas arriba citados ha aducido ni un solo
argumento propio: todos se han limitado a repetir lo dicho por Rosa
Luxemburgo en su largo artículo polaco de 1908-1909: La cuestión
nacional y la autonomía. Los "originales" argumentos
de esta autora serán los que tendremos en presentes con más
frecuencia en nuestra exposición.
1. ¿QUE ES LA AUTODETERMINACION DE
LAS NACIONES?
Es natural que esta cuestión se plantee
ante todo cuando se intenta examinar de un modo marxista la llamada
auodeterminación. ¿Qué debe entenderse por
ella? ¿Deberemos buscar la respuesta en definiciones jurídicas,
deducidas de toda clase de "conceptos generales" de derecho?
¿O bien hay que buscar la respuesta en el estudio histórico-económico
de los movimientos nacionales?
No es de extrañar que a los señores
Semkovski, Libman y Yurkévich no se les haya pasado siquiera
por las mientes plantear esta cuestión, saliendo del paso
con simples risitas burlonas a costa de la "falta de claridad"
del programa marxista y tal vez no sabiendo siquiera, en su simpleza,
que de la autodeterminación de las naciones habla no sólo
el programa ruso de 1903, sino también ls decisión
del Congreso Internacional de Londres de 1896 (ya hablaremos con
detenimiento de ello en su lugar). Mucho más extraño
es que Rosa Luxemburgo, quien tantas declamaciones hace sobre el
supuesto carácter abstracto y metafísico de dicho
apartado, haya incurrido ella misma precisamente en este pecado
de lo abstracto y metafísico. Precisamente Rosa Luxemburgo
es quien viene a caer a cada paso en disquisiciones generales sobre
la autodeterminación (hasta llegar incluso a una lucubración
del todo divertida sobre el modo de conocer la voluntad de una nación),
sin plantear en parte alguna de un modo claro y preciso si el quid
de la cuestión está en las definiciones jurídicas
o en la experiencia de los movimientos nacionales del mundo entero.
El plantear con exactitud esta cuestión,
inevitable para un marxista, hubiera deshecho en el acto las nueve
décimas partes de los argumentos de Rosa Luxemburgo. Ni es
la primera vez que surgen movimientos nacionales en Rusia ni le
son inherentes a ella sola. La época del triunfo definitivo
del capitalismo sobre el feudalismo estuvo ligada en todo el mundo
a movimientos nacionales. La base económica de estos movimientos
estriba en que, para la victoria completa de la producción
mercantil, es necesario que la burguesía conquiste el mercado
interior, es necesario que territorios con población de un
solo idioma adquieran cohesión estatal, eliminándose
cuantos obstáculos se opongan al desarrollo de ese idioma
y a su consolidación en la literatura. El idioma es el medio
principal de comunicación entre los hombres; la unidad de
idioma y el libre desarrollo del mismo es una de las condiciones
más importantes de una circulación mecantil realmente
libre y amplia, correspondiente al capitalismo moderno, de una agrupación
libre y amplia de la población en cada una de las diversas
clases; es, por último, la condición de un estrecho
nexo del mercado con todo propietario, grande o pequeño,
con todo vendedor y comprador.
Por ello, la tendencia de todo movimiento
nacional es formar Estados nacionales, que son los que mejor cumplen
estas exigencias del capitalismo contemporáneo. Impulsan
a ello factores económicos de lo más profundos, y
para toda la Europa Occidental, es más, para todo el mundo
civilizado, el Estado nacional es por ello lo típico, lo
normal en el período capitalista.
Por consiguiente, si queremos entender lo
que significa la autodeterminación de las naciones, sin jugar
a definiciones jurídicas ni "inventar" definiciones
abstractas, sino examinando las condiciones históricas y
económicas de los movimientos nacionales, llegaremos inevitablemente
a la conclusión siguiente: por autodeterminación de
las naciones se entiende su separación estatal de las colectividades
de otra nación, se entiende la formación de un Estado
nacional independiente.
Más abajo veremos aún otras
razones por las que sería erróneo entender por derecho
a la autodeterminación todo lo que no sea el derecho a una
existencia estatal independiente. Pero ahora debemos detenernos
a analizar cómo ha intentado Rosa Luxemburgo "deshacerse"
de la inevitable conclusión sobre las profundas bases económicas
en que descansan las tendencias a la formación de Estados
nacionales.
Rosa Luxemburgo conoce perfectamente el folleto
de Kautsky: Nacionalidad e internacionalidad (suplemento de Neue
Zeit, núm. 1, 1907-1908; traducido al ruso en la revista
Naúchnaya Mysl, Riga, 1908). Sabe que Kautsky, después
de examinar detalladamente en el apartado 4 del folleto el problema
del Estado nacional, llegó a la conclusión de que
Otto Bauer "subestima la fuerza de la tendencia a la creación
de un Estado nacional" (pág. 23 del folleto citado).
La propia Rosa Luxemburgo cita las palabras de Kautsky: "El
Estado nacional es la forma de Estado que mejor corresponde a las
condiciones modernas" (es decir, a las condiciones capitalistas
civilizadas, progresivas en el aspecto económico, a diferencia
de las condiciones medievales, precapitalistas, etc.), "es
la forma en que el Estado puede cumplir con mayor facilidad sus
tareas" (es decir, las tareas de un desarrollo más libre,
más amplio y más rápido del capitalismo). A
esto hay que añadir, además, la observación
final de Kautsky, más exacta aún: los Estados de composición
nacional heterogénea (los llamados Estados multinacionales
a diferencia de los Estados nacionales) son " siempre Estados
cuya estructura interna es, por tales a cuales razones, anormal
o subdesarrollada" (atrasada). De suyo se entiende que Kautsky
habla de anormalidad exclusivamente en el sentido de no corresponder
a lo que está más adecuado a las exigencias del capitalismo
en desarrollo.
Cabe preguntar ahora cuál ha sido la
actitud de Rosa Luxemburgo ante estas conclusiones históricas
y económicas de Kautsky. ¿Son atinadas o erróneas?
¿Quién tiene razón: Kautsky, con su teoría
histórica-económica, o Bauer, cuya teoría es,
en el fondo, sicológica? ¿Qué relación
guarda el indudable "oportunismo nacional" de Bauer, su
defensa de una autonomía nacional cultural, sus apasionamientos
nacionalistas ("la acentuación del factor nacional en
ciertos puntos", como ha dicho Kautsky), su "enorme exageración
del factor nacional y su completo olvido del factor internacional"
(Kautsky), con su subestimación de la fuerza que entraña
la tendencia a crear un Estado nacional?
Rosa Luxemburgo no ha planteado siquiera este
problema. No ha notado esta relación. No ha reflexionado
sobre el conjunto de las concepciones teóricas de Bauer.
Ni siquiera ha opuesto en el problema nacional la teoría
histórico-económica a la sicológica. Se ha
limitado a las siguientes observaciones contra Kautsky:
"...Ese Estado nacional "más
perfecto" no es sino una abstracción, fácilmente
susceptible de ser desarrollada y defendida teóricamente,
pero que no corresponde a la realidad" (Przéglad Socjaldemokratyczny,
1908, núm. 6, pág. 499).
Y para confirmar esta declaración categórica,
sigue razonando: el desarrollo de las grandes potencias capitalistas
y el imperialismo hacen ilusorio el "derecho a la autodeterminación"
de los pequeños pueblos. "¿Puede acaso hablarse
en serio -exclama Rosa Luxemburgo- de la "autodeterminación"
de los montenegrinos, búlgaros, rumanos, servios, griegos,
y, en parte, incluso, de los suizos, pueblos todos que gozan de
independencia formal, producto ésta de la lucha política
y del juego diplomático del "concierto europeo"?"
(!) (pág. 500). Lo que mejor responde a las condiciones "no
es el Estado nacional, como supone Kautsky, sino el Estado de rapiña".
Inserta unas cuantas decenas de cifras sobre las proporciones de
las colonias que pertenecen a Inglaterra, a Francia, etc.
¡Leyendo semejantes razonamientos no
puede uno menos de asombrarse de la capacidad de la autora para
no distinguir las cosas! Enseñar a Kautsky, dándose
importancia, que los Estados pequeños dependen de los grandes
en lo económico; que los Estados burgueses luchan entre sí
por el sometimiento rapaz de otras naciones; que existen el imperialismo
y las colonias: todo esto son lucubraciones ridículas, infantiles,
porque no tiene nada que ver con el asunto. No sólo los pequeños
Estados, sino también Rusia, por ejemplo, dependen por entero,
en el aspecto económico, del poderío del capital financiero
imperialista de los países burgueses "ricos". No
sólo los Estados balcánicos, Estados en miniatura,
sino también la América del siglo XIX ha sido, en
el aspecto económico, una colonia de Europa, según
dejó ya dicho Marx en El Capital. Todo esto lo sabe de sobra
Kautsky, como cualquier marxista, pero nada de ello viene a cuento
con relación a los movimientos nacionales y al Estado nacional.
Rosa Luxemburgo sustituye el problema de la
autodeterminación política de las naciones en la sociedad
burguesa, de su independencia estatal, con el de su autodeterminación
e independencia económicas. Esto es tan inteligente como
exponer una persona, al tratar de la reivindicación programática
que exige la supremacia del parlamento, es decir, de la asamblea
de representantes populares, en el Estado burgués, su convicción,
plenamente justa, de que, en un país burgués, el gran
capital tiene la supremacía bajo cualquier régimen.
No cabe duda de que la mayor parte de Asia,
el continente más poblado del mundo, se halla en la situación
de colonias de las "grandes potencias" o de Estados dependientes
en grado sumo y oprimidos en el sentido nacional. Pero ¿acaso
esta circunstancia de todos conocida altera en lo más mínimo
el hecho indiscutible de que, en la misma Asia, sólo en el
Japón, es decir, sólo en un Estado nacional independiente,
se han creado condiciones para el desarrollo más completo
de la producción mercantil, para el crecimiento más
libre, amplio y rápido del capitalismo? Este Estado es burgués
y, por ello, ha empezado a oprimir él mismo a otras naciones
y sojuzgar a colonias; no sabemos si, antes de la bancarrota del
capitalismo, Asia tendrá tiempo de estructurarse en un sistema
de Estados nacionales independientes, a semejanza de Europa. Pero
queda como un hecho indiscutible que el capitalismo, tras despertar
a Asia, ha provocado también allí en todas partes
movimientos nacionales, que estos movimientos tienden a crear en
Asia Estados nacionales y que precisamente tales Estados son los
que aseguran las condiciones más favorables para el desrrollo
del capitalismo: El ejemplo de Asia habla a favor de Kautsky, contra
Rosa Luxemburgo.
El ejemplo de los Estados balcánicos
habla también contra ella, porque cualquiera puede ver ahora
que precisamente a medida que se crean en esa península Estados
nacionales independientes se va dando las condiciones más
favorables para el desarrollo del capitalismo en ella.
Por consiguiente, el ejemplo de toda la humanidad
civilizada de vanguardia, el ejemplo de los Balcanes y el ejemplo
de Asia demuestran, a pesar de Rosa Luxemburgo, la absoluta justedad
de la tesis de Kautsky: el Estado nacional es regla y "norma"
del capitalismo, el Estado de composición nacional heterogénea
es atraso o excepción. Desde el punto de vista de las relaciones
nacionales, el Estado nacional es el que ofrece, sin duda alguna,
las condiciones más favorables para el desarrollo del capitalismo.
Lo cual no quiere decir, naturalmente, que semejante Estado, erigido
sobre las relaciones burguesas, pueda excluir la explotación
y la opresión de las naciones. Quiere decir tan solo que
los marxistas no pueden perder de vista los poderosos factores económicos
que originan las tendencias a crear Estados nacionales. Quiere decir
que "la autodeterminación de las naciones", en
el programa de los marxistas, no puede tener, desde el punto de
vista histórico-económico, otra significación
que la autodeterminación política, la independencia
estatal, la formación de un Estado nacional.
Más abajo hablaremos detalladamente
de las condiciones que se exigen, desde el punto de vista marxista,
es decir, desde el punto de vista proletario de clase, para apoyar
la reivindicación democrática burguesa del "Estado
nacional". Ahora nos limitamos a definir el concepto de "autodeterminación",
y sólo debemos señalar que Rosa Luxemburgo conoce
el contenido de este concepto ("Estado nacional"), mientras
que sus partidarios oportunistas, los Libman, los Semkovski, los
Yurkévich ¡no saben ni eso!
2. PLANTEAMIENTO HISTORICO CONCRETO DE LA
CUESTION
La teoría marxista exige de un modo
absoluto que, para analizar cualquier problema social, se le encuadre
en un marco histórico determinado, y después, si se
trata de un solo país (por ejemplo, de un programa nacional
para un país determinado), que se tenga en cuenta las particularidades
concretas que distinguen a este país de los otros en una
misma época histórica.
¿Qué implica este requisito
absoluto del marxismo aplicado a nuestro problema?
Ante todo, que es necesario distinguir estrictamente
dos épocas del capitalismo diferentes por completo desde
el punto de vista de los movimientos nacionales. Por una parte,
es la época de la bancarrota del feudalismo y del absolutismo,
la época en que se constituyen la sociedad democrática
burguesa y su Estado, la época en que los movimientos nacionales
adquieren por vez primera el carácter de movimientos de masas,
incorporando de uno u otro modo a todas las clases de la población
a la política por medio de la prensa, de su participación
en instituciones representativas, etc. Por otra parte, presenciamos
una época en que los Estados capitalistas tienen ya su estructura
acabada, un régimen constitucional hace mucho tiempo establecido
y un antagonismo muy desarrollado entre el proletariado y la burguesía;
presenciamos una época que puede llamarse víspera
del hundimiento del capitalismo.
Lo típico de la primera época
es el despertar de los movimientos nacionales y la incorporación
a ellos de los campesinos, que son el sector de la población
más numeroso y más "difícil de mover"
para la lucha por la libertad política en general y por los
derechos de la nación en particular. Lo típico de
la segunda es la ausencia de movimientos democráticos burgueses
de masas, cuando el capitalismo desarrollado, al aproximar y amalgamar
cada día más las naciones, ya plenamente incorporadas
al intercambio comercial, pone en primer plano el antagonismo entre
el capital fundido a escala internacional y el movimiento obrero
internacional.
Claro que ni la una ni la otra época
están separadas entre sí por una muralla, sino ligadas
por numerosos eslabones de transición; además, los
diversos países se distinguen por la rapidez del desarrollo
nacional, por la composición nacional de su población,
por su distribución etc., etc. No puede ni hablarse de que
los marxistas de un país determinado procedan a elaborar
el programa nacional sin tener en cuenta todas las condiciones históricas
generales y estatales concretas.
Aquí es justamente donde tropezamos
con el punto más débil de los razonamientos de Rosa
Luxemburgo. Rosa Luxemburgo engalana con brío extraordinario
su artículo de una retahíla de palabrejas "fuertes"
contra el apartado 9 de nuestro programa, declarándolo "demasiado
general", "clisé", "frase metafísica",
etc., etc. Era natural esperar que una autora que condena de manera
tan excelente la metafísica (en sentido marxista, es decir,
la antidialéctica) y las abstracciones vacías, nos
diera ejemplo de un análisis concreto del problema encuadrado
en la historia. Se trata del programa nacional de los marxistas
de un país detrminado, Rusia, en una época determinada,
a comienzos del siglo XX. Era de suponer que Rosa Luxemburgo hablase
de la época histórica por la que atraviesa Rusia,
de cuáles son las particularidades concretas del problema
nacional y de los movimientos nacionales del país dado y
en la época dada.
¡Absolutamente nada dice sobre ello
Rosa Luxemburgo! ¡No se encontrará en ella ni sombra
de análisis de cómo se plantea el problema nacional
en Rusia en la época histórica presente, de cuáles
son las particularidades de Rusia en ese sentido!
Se nos dice que el problema nacional se plantea
en los Balcanes de un modo distinto que en Irlanda; que Marx conceptuaba
así y asá los movimientos nacionales polaco y checo
en las condiciones concretas de 1848 (una página de citas
de Marx); que Engels emitía tal y cual juicio sobre la lucha
de los cantones forestales de Suiza contra Austria y la batalla
de Morgarten, que se riñó en 1315 (una página
de citas de Engels con el correspondiente comentario de Kautsky);
que Lassalle consideraba reaccionaria la guerra campesina del siglo
XVI en Alemania, etc.
No puede afirmarse que estas observaciones
y estas citas brillen por su novedad, pero, en todo caso, al lector
le resulta interesante volver a recordar una y otra vez cómo
precisamente abordaban Marx, Engels y Lasalle el análisis
de problemas históricos concretos de diversos países.
Y, al releer las instructivas citas de Marx y de Engels, se ve con
singular evidencia la ridícula situación en que se
ha colocado a sí misma Rosa Luxemburgo. Predica con gravedad
y elocuencia que es necesario hacer un análisis concreto
del problema nacional encuadrado en la historia de épocas
diferentes de distintos países, y ella misma no hace el mínimo
intento de determinar cuál es la fase histórica de
desarrollo del capitalismo, por la que atraviesa Rusia en los comienzos
del siglo XX, cuáles son las peculiaridades del problema
nacionla en este país. Rosa Luxemburgo aduce ejemplos de
cómo otros han analizado al modo marxista el problema, como
subrayando así deliberadamente cuán a menudo está
el camino del infierno empedrado de buenas intenciones y se encubre
con buenos consejos el no querer o no saber utilizarlos en la práctica.
He aquí una de las instructivas confrontaciones.
Alzándose contra la consigna de independencia de Polonia,
Rosa Luxemburgo se refiere a un trabajo suyo de 1898 que demostraba
el rápido "desarrollo industrial de Polonia" con
la salida de los productos manufacturados a Rusia. Ni que decir
tiene que de esto no se deduce absolutamente nada sobre el problema
del derecho a la autodeterminación, que esto sólo
demuestra que ha desaparecido la vieja Polonia señorial,
etc. Pero Rosa Luxemburgo pasa de manera imperceptible y sin cesar
a la conclusión de que, entre los factores que ligan a Rusia
con Polonia, predominan ya en la actualidad los factores económicos
escuetos de las relaciones capitalistas modernas.
Pero he aquí que nuestra Rosa pasa
al problema de la autonomía y -aunque su artículo
se titula "El problema nacional y la autonomía"
en general-, comienza por demostrar que el reino de Polonia tiene
un derecho exclusivo a la autonomía (véase sobre este
punto Prosveschenie, 1913, núm. 12). Para corroborar el derecho
de Polonia a la autonomía, Rosa Luxemburgo caracteriza el
régimen estatal de Rusia por indicios evidentemente económicos,
políticos, etnológicos y sociológicos, por
un conjunto de rasgos que, en suma, dan el concepto de "despotismo
asiático" (núm. 12 de Przeglad, pág. 137).
De todos es sabido que semejante régimen
estatal tiene una solidez muy grande cuando, en la economía
del país de que se trate, predominan rasgos absolutamente
patriarcales, precapitalistas, y un desarrollo insignificante de
la economía mercantil y de la disociación de las clases.
Pero si en un país, cuyo régimen estatal se distingue
por presentar un carácter acusadamente precapitalista, existe
una región nacional delimitada que lleva un rápido
desarrollo del capitalismo, resulta que cuanto más rápido
sea ese desarrollo capitalista tanto más fuerte será
la contradicción entre este desarrollo y el régimen
estatal precapitalista, tanto más probable será que
la región avanzada se separe del resto del país, al
que no la ligan los lazos de "capitalismo moderno", sino
los de un "despotismo asiático".
Así pues, Rosa Luxemburgo no ha atado
en absoluto cabos, ni siquiera en lo que se refiere a la estructura
social del poder en Rusia con relación a la Polonia burguesa;
y en cuanto a las peculiaridades históricas concretas de
los movimientos nacionales en Rusia, ni siquiera las plantea.
En eso es en lo que debemos detenernos.
3. LAS PECULIARIDADES CONCRETAS DEL PROBLEMA
NACIONAL EN RUSIA Y LA TRANSFORMACION DEMOCRATICA BURGUESA DE ESTA
"...A pesar de lo elástico que
es el principio del "derecho de las naciones a la autudeterminación",
que es el más puro de los lugares comunes, ya que, evidentemente,
se puede aplicar por igual no sólo a los pueblos que habitan
Rusia, sino también a las naciones que viven en Alemania
y en Austria, en Suiza y en Suecia, en América y en Australia,
no lo encontramos ni en un solo programa de los partidos socialistas
contemporáneos..." (núm. 6 de Przeglad, pág.
483).
Así escribe Rosa Luxemburgo en el comienzo
de su cruzada contra el apartado 9 del programa marxista. Atribuyéndonos
a nosotros la interpretación de que este apartado del programa
es "el más puro de los lugares comunes", Rosa Luxemburgo
misma incurre precisamente en este pecado, al declarar con divertida
osadía que, "evidentemente, este principio se puede
aplicar por igual" a Rusia, Alemania, etc.
Lo evidente -contestaremos nosotros- es que
Rosa Luxemburgo ha decidido ofrecer en su artículo una colección
de errores lógicos que servirían como ejercicios para
los estudiantes de bachillerato. Porque la parrafada de Rosa Luxemburgo
es un completo absurdo y una mofa del planteamiento histórico
concreto de la cuestión.
Si el programa marxista no se interpreta de
manera pueril, sino marxista, no cuesta ningún trabajo percatarse
de que se refiere a los movimientos nacionales democráticos
burgueses. Siendo así -y es así, sin duda alguna-,
se deduce "evidentemente que ese programa concierne "en
general", como "lugar común", etc., a todos
los casos de movimientos nacionales democráticos burgueses.
No menos evidente sería también para Rosa Luxemburgo,
de haberlo pensado lo más mínimo, la conclusión
de que nuestro programa se refiere tan sólo a los casos en
que existe tal movimiento.
Si Rosa Luxemburgo hubiera reflexionado sobre
estas consideraciones evidentes, habría visto sin esfuerzos
particulares qué absurdo ha dicho. Al acusarnos a nosotros
de haber propuesto un "lugar común", aduce contra
nosotros el argumento de que no se habla de autodeterminación
de las naciones en el programa de los países donde no hay
movimientos nacionales democráticos burgueses. ¡Un
argumento muy inteligente!
La comparación del desarrollo político
y económico de distintos países, así como de
sus programas marxistas, tiene inmensa importancia desde el punto
de vista del marxismo, pues son indudables tanto la naturaleza común
capitalista de los Estados contemporáneos como la ley general
de su desarrollo. Pero hay que saber hacer semejante comparación.
La condición elemental para ello es poner en claro si son
comparables las épocas históricas del desarrollo de
los países de que se trate. Por ejemplo, sólo perfectos
ignorantes (como el príncipe E. Trubetskói en Rússkaya
Mysl) pueden "comparar" el programa agrario de los marxistas
de Rusia con los de Europa Occidental, pues nuestro programa da
una solución al problema de la transformación agraria
democrática burguesa, de la cual ni siquiera se habla en
los países de Occidente.
Lo mismo puede afirmarse del problema nacional.
En la mayoría de los países occidentales hace ya mucho
tiempo que está resuelto. Es ridículo buscar en los
programas de Occidente solución a problemas que no existen.
Rosa Luxemburgo ha perdido de vista aquí precisamente lo
que tiene más importancia: la diferencia entre los países
que hace tiempo han terminado las transformaciones democráticas
burguesas y los países que no las han terminado.
Todo el quid está en esa diferencia.
La desestimación completa de esa diferencia es lo que convierte
el larguísimo artículo de Rosa Luxemburgo en un fárrago
de lugares comunes vacíos que no dicen nada.
En la Europa continental, de Occidente, la
época de las revoluciones democráticas burguesas abarca
un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta
fue precisamente la época de los movimientos nacionales y
de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta
época, Europa Occidental había cristalizado en un
sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma,
Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el
derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas
de Europa Occidental significa no comprender el abecé del
marxismo.
En Europa Oriental y en Asia, la época
de las revoluciones democráticas burguesas no comenzó
hasta 1905. Las revoluciones de Rusia, Persia, Turquía y
China, las guerras en los Balcanes: tal es la cadena de los acontecimientos
mundiales ocurridos en nuestra época en nuestro "Oriente".
Y en esta cadena de acontecimientos sólo un ciego puede no
ver el despertar de toda una serie de movimientos nacionales democráticos
burgueses, de tendencias a crear Estados independientes y unidos
en le aspecto nacional. Precisa y exclusivamente porque Rusia y
los países vecinos suyos atraviesan por esa época
necesitamos nosotros en nuestro programa un apartado sobre el derecho
de las naciones a la autodeterminación.
Pero veamos unos cuantos renglones más
del pasaje antes citado del artículo de Rosa Luxemburgo:
"...En particular -dice-, el programa
de un partido que actúa en un Estado de composición
nacional extraordinariamente heterogénea y para el que el
problema nacional desempeña un papel de primer orden -el
programa de la socialdemocracia austríaca- no contiene el
principio del derecho de las naciones a la autodeterminación".
(Lugar cit.).
De modo que se quiere persuadir al lector
"en particular" con el ejemplo de Austria. Veamos, desde
el punto de vista histórico concreto, si hay mucho de razonable
en este ejemplo.
Primero, hacemos la pregunta fundamental de
si se ha llevado a término la revolución democrática
burguesa. En Austria empezó en 1848 y terminó en 1867.
Desde entonces hace casi medio siglo que rige allí una Constitución,
en suma, burguesa, que permite actuar en la legalidad a un partido
obrero legal.
Por eso, en las condiciones interiores del
desarrollo de Austria (es decir, desde el punto de vista del desarrollo
del capitalismo en Austria, en general, y en sus diversas naciones,
en particular) no hay factores que den lugar a saltos, uno de cuyos
efectos concomitantes puede ser la formación de Estados nacionales
independientes. Al suponer con su comparación que Rusia se
encuentra, sobre este punto, en condiciones análogas, Rosa
Luxemburgo no sólo admite una hipótesis falsa por
completo, antihistórica, sino que se desliza sin querer hacia
el liquidacionismo.
Segundo, tiene una importancia de singular
magnitud la proporción entre las naciones, totalmente diferente
en Austria y en Rusia respecto al problema que nos ocupa. No sólo
ha sido Austria, durante largo tiempo, un Estado en que predominaban
los alemanes, sino que los alemanes de Austria pretendían
la hegemonía en la nación alemana en general. Esta
"pretensión", como quizá tenga a bien recordar
Rosa Luxemburgo (que tanta aversión parece sentir contra
los lugares comunes, los clisés, las abstracciones...), la
deshizo la guerra de 1866. La nación dominante en Austria,
la alemana, quedó fuera de los confines del Estado alemán
independiente, definitivamente formado hacia 1871. De otro lado,
el intento de los húngaros de crear un Estado nacional independiente
había fracasado ya en 1849 bajo los golpes del ejército
feudal ruso.
Así pues, se ha creado una situación
peculiar en grado sumo: ¡los húngaros, y tras ellos
los checos, no tienden a separarse de Austria, sino a mantener la
integridad de Austria, precisamente en beneficio de la independencia
nacional, que podría ser aplastada del todo por vecinos más
rapaces y más fuertes! En virtud de esa situación
peculiar, Austria ha tomado la estructura de Estado bicéntrico
(dual) y ahora se está convirtiendo en tricéntrico
(tríplice:alemanes, húngaros y eslavos).
¿Sucede en rusia algo parecido? ¿Aspiran
en Rusia los "alógenos" a unirse con los rusos
bajo la amenaza de una opresión nacional peor?
Basta hacer esta pregunta para ver cuán
absurda, rutinaria y propia de ignorantes resulta la comparación
entre Rusia y Austria en cuanto a la autodeterminación de
las naciones.
Las condiciones peculiares de Rusia, en lo
que toca a la cuestión nacional, son precisamente lo contrario
de lo que hemos visto en Austria. Rusia es un Estado con un centro
nacional único, ruso. Los rusos ocupan un gigantesco territorio
compacto, y su número asciende aproximadamente a 70 millones.
La peculiaridad de este Estado nacional reside, primero, en que
los "alógenos" (que en conjunto constituyen la
mayoría de la población, el 57%) pueblan precisamente
la periferia; segundo, en el hecho de que la opresión de
estos alógenos es mucho más fuerte que en los países
vecinos (incluso no tan sólo en los europeos); tercero, en
que hay toda una serie de casos en que los pueblos oprimidos que
viven en la periferia tienen compatriotas al otro lado de la frontera,
y estos últimos gozan de mayor independencia nacional (basta
recordar, aunque sólo sea en las fronteras occidental y meridional
del Estado, a finlandeses, suecos, polacos, ucranios y rumanos);
cuarto, en que el desarrollo del capitalismo y el nivel general
de cultura son con frecuencia más altos en la periferia alógena
que en el centro del Estado. Por último, precisamente en
los Estados asiáticos vecinos presenciamos el comienzo de
un período de revoluciones burguesas y de movimientos nacionales
que comprenden en parte a los pueblos afines dentro de las fronteras
de Rusia.
Así pues, son precisamente las peculiaridades
históricas concretas del problema nacional en Rusia las que
hacen entre nosotros urgente en especial el reconocimiento del derecho
de las naciones a la autodeterminación en la época
que atravesamos.
Por lo demás, incluso vista en el sentido
del hecho escueto, es errónea la afirmación de Rosa
Luxemburgo de que en el programa de los socialdemócratas
austríacos no figura el reconocimiento del derecho de las
naciones a la autodeterminación. Basta abrir las actas del
Congreso de Brünn, en el que se aprobó el programa nacional,
para ver allí las declaraciones del socialdemócrata
ruteno Gankévich, en nombre de toda la delegación
ucrania (rutena) (pág. 85 de las actas), y del socialdemócrata
polaco Reger, en nombre de toda la delegación polaca (pág.
108), diciendo que los socialdemócratas austríacos
de las dos naciones indicadas incluían entre sus aspiraciones
la de la unificación nacional, de la libertad e independencia
de sus pueblos. Por consiguiente, la socialdemocracia austríaca,
sin propugnar directamente en su programa el derecho de las naciones
a la autodeterminación, transige plenamente, al mismo tiempo,
con que ciertos sectores del partido presenten reivindicaciones
de independencia nacional. ¡De hecho, esto justamente significa,
como es natural, reconocer el derecho de las naciones a la autodeterminación!
De modo que la apelación de Rosa Luxemburgo a Austria habla
en todos los sentidos contra ella.
4. EL "PRACTICISMO" EN EL PROBLEMA
NACIONAL
Los oportunistas han hecho suyo con celo singular
el argumento de Rosa Luxemburgo de que el apartado 9 de nuestro
programa no contiene nada "práctico". Rosa Luxemburgo
está tan entusiasmada con este argumento que encontramos
en algunas ocasiones ocho veces repetida esa "consigna"
en una misma página de su artículo.
El apartado 9 "no da -dice ella- ninguna
indicación práctica para la política cotidiana
del proletariado, ninguna solución práctica de los
problemas nacionales".
Analicemos este argumento, que también
se formula de manera que el apartado 9 o no expresa absolutamente
nada u obliga a apoyar todas las aspiraciones nacionales.
¿Qué significa la reivindicación
de "practicismo" en el problema nacional?
O un apoyo a todas las aspiraciones nacionales,
o el "sí o no" a la disyuntiva de separación
de cada nación o, en general, la "posibilidad de satisfacción"
inmediata de las reivindicaciones nacionales.
Examinemos estas tres interpretaciones posibles
de las reivindicación de "practicismo".
La burguesía, que actúa, como
es natural, en los comienzos de todo movimiento nacional como fuerza
hegemónica (dirigente) del mismo, llama labor práctica
al apoyo a todas las aspiraciones nacionales. Pero la política
del proletariado en el problema nacional (como en los demás
problemas) sólo apoya a la burguesía en una dirección
determinada, pero nunca coincide con su política. La clase
obrera sólo apoya a la burguesía en aras de las paz
nacional (que la burguesía no puede dar plenamente y es viable
sólo si hay una completa democratización), en beneficio
de la igualdad de derechos, en beneficio de la situación
más favorable posible para la lucha de clases. Por eso, precisamente
contra el practicismo de la burguesía, los proletarios propugnan
una política de principios en el problema nacional, prestando
a la burguesía siempre un apoyo sólo condicional.
En el problema nacional, toda burguesía desea o privilegios
para su nación o ventajas exclusivas para ésta; precisamente
eso es lo que se llama "práctico". El proletariado
está en contra de toda clase de privilegios, en contra de
toso exclusivismo. Exigirle "practicismo" significa ir
a remolque de la burguesía, caer en el oportunismo.
¿Contestar "sí o no"
en lo que se refiere a la separación de cada nación?
Parece una reivindicación sumamente "práctica".
Pero, en realidad, es absurda, metafísica en teoría
y conducente a subordinar el proletariado a la política de
la burguesía en la práctica. La burguesía plantea
siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea
de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses
de la lucha de clases. Teóricamente no puede garantizarse
de antemano que la separación de una nación determinada
o su igualdad de derechos con otra nación ponga término
a la revolución democrática burguesa. Al proletariado
le importa, en ambos casos, garantizar el desarrollo de su clase;
a la burguesía le importa dificultar este desarrollo, supeditando
las tareas de dicho desarrollo a las tareas de "su" nación.
Por eso el proletariado se limita a la reivindicación negativa,
por así decir, de reconocer el derecho a la autodeterminación,
sin garantizar nada a ninguna nación ni comprometerse a dar
nada a expensas de otra nación.
Eso no será "práctico",
pero es de hecho lo que garantiza con mayor seguridad la más
democrática de las soluciones posibles; el proletariado necesita
tan sólo estas garantías, mientras que la burguesía
de cada nación necesita garantías de sus ventajas,
sin tener en cuenta la situación (las posibles desventajas)
de otras naciones.
Lo que más interesa a la burguesía
es la "posibilidad de satisfacción" de la reivindicación
dada; de aquí la eterna política de transacciones
con la burguesía de otras naciones en detrimento del proletariado.
En cambio, al proletariado le importa fortalecer su clase contra
la burguesía, educar a las masas en el espíritu de
la democracia consecuente y del socialismo.
Eso no será "práctico"
para los oportunistas, pero es la única garantía real,
la garantía de la máxima igualdad y paz nacionales,
a despecho tanto de los feudales como de la burguesía nacionalista.
Toda la misión de los proletarios en
la cuestión nacional "no es práctica", desde
el punto de vista de la burguesía nacionalista de cada nación,
pues los proletarios, enemigos de todo nacionalismo, exigen la igualdad
"abstracta", la ausencia del mínimo privilegio
en principio. Al no comprenderlo y ensalzar de un modo poco razonable
el practicismo, Rosa Luxemburgo ha abierto las puertas de par en
par precisamente a los oportunistas, en particular a las concesiones
del oportunismo al nacionalismo ruso.
¿Por qué al ruso? Porque los
rusos son en Rusia la nación opresora, y en el aspecto nacional,
naturalmente, el oportunismo tendrá una expresión
entre las naciones oprimidas y otra, distinta, entre las opresoras.
En aras del "practicismo" de sus
reivindicaciones, la burguesía de las naciones oprimidas
llamará al proletariado a apoyar incondicionalmente sus aspiraciones.
¡Lo más práctico es decir un "sí"
categórico a la separación de tal o cual nación,
y no al derecho de todas las naciones, cualesquiera que sean, a
la separación!
El proletariado se opone a semejante practicismo:
al reconocer la igualdad de derechos y el derecho igual a formar
un Estado nacional, aprecia y coloca por encima de todo la unión
de los proletarios de todas las naciones, evalúa toda reivindicación
nacional y toda separación nacional con la mira puesta en
la lucha de clase de los obreros. La consigna de practicismo no
es, en realidad, sino la de adoptar sin crítica las aspiraciones
burguesas.
Se nos dice: apoyando el derecho a la separación,
apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas.
¡Esto es lo que dice Rosa Luxemburgo y lo que tras ella repite
el oportunista Semkovski, único representante, por cierto,
de las ideas de los liquidadores sobre este problema en el periódico
de los liquidadores!
Nosotros contestamos: no, precisamente a la
burguesía es a quien le importa aquí una solución
"práctica", mientras que a los obreros les importa
la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto
la burguesía de una nación oprimida lucha contra la
opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más
decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más
intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto
la burguesía de la nación oprimida está a favor
de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha
contra los priviliegios y violencias de la nación opresora
y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación
oprimida.
Si no lanzamos ni propugnamos en la agitación
la consigna del derecho a la separación, favorecemos no sólo
a la burguesía, sino a los feudales y el absolutismo de la
nación opresora. Hace tiempo que Kautsky empleó este
argumento contra Rosa Luxemburgo, y el argumento es irrefutable.
En su temor de "ayudar" a la burguesía nacionalista
de Polonia, Rosa Luxemburgo niega el derecho a la separación
en el programa de los marxistas de Rusia, y a quien ayuda, en realidad,
es a los rusos ultrarreaccionarios. Ayuda, en realidad, al conformismo
oportunista con los privilegios (y con cosas peores que los privilegios)
de los rusos.
Llevada de la lucha contra el nacionalismo
en Polonia, Rosa Luxemburgo ha olvidado el nacionalismo de los rusos,
aunque precisamente este nacionalismo es ahora el más temible;
es precisamente un nacionalismo menos burgués, pero más
feudal; es precisamente el mayor freno para la democracia y la lucha
proletaria. En todo nacionalismo burgués de una nación
oprimida hay un contenido democrático general contra la opresión,
y a este contenido le prestamos un apoyo incondicional, apartando
rigurosamente la tendencia al exclusivismo nacional, luchando contra
la tendencia del burgués polaco a oprimir al hebreo, etc.,
etc.
Esto "no es práctico", desde
el punto de vista del burgués y del filisteo. Pero es la
única política práctica y adicta a los principios
en el problema nacional, la única que ayuda de verdad a la
democracia, al libertad y a la unión proletaria.
Reconocer el derecho a la separación
para todos; apreciar cada cuestión concreta sobre la separación
desde un punto de vista que elimine toda desigualdad de derechos,
todo privilegio, todo exclusivismo.
Tomemos la posición de la nación
opresora. ¿Puede acaso ser libre un pueblo que oprime a otros
pueblos? No. Los intereses de la libertad de la población[1] rusa
exigen que se luche contra tal opresión. La larga historia,
la secular historia de represión de los movimientos de las
naciones oprimidas, la propaganda sistemática de esta represión
por parte de las "altas" clases han creado enormes obstáculos
a la causa de la libertad del mismo pueblo ruso en sus prejuicios,
etc.
Los ultrarreaccionarios rusos apoyan conscientemente
estos prejuicios y los atizan. La burguesía rusa transige
con ellos o se amolda a ellos. El proletariado ruso no puede alcanzar
sus fines, no puede desbrozar para sí el camino hacia la
libertad sin luchar sistemáticamente contra estos prejuicios.
Formar un Estado nacional autónomo
e independiente sigue siendo por ahora, en Rusia, tan sólo
privilegio de la nación rusa. Nosotros, los proletarios rusos,
no defendemos privilegios de ningún género y tampoco
defendemos este privilegio. Luchamos sobre el terreno de un Estado
determinado, unificamos a los obreros de todas las naciones de este
Estado, no podemos garantizar tal o cual vía de desarrollo
nacional, vamos a nuestro objetivo de clase por todas las vías
posibles.
Pero no se puede ir hacia este objetivo sin
luchar contra todos los nacionalismos y sin propugnar la igualdad
de todas las naciones. Así, por ejemplo, depende de mil factores,
desconocidos de antemano, si a Ucrania le cabrá en suerte
formar un Estado independiente. Y, como no queremos hacer "conjeturas"
vanas, estamos firmemente por lo que es indudable: el derecho de
Ucrania a semejante Estado. Respetamos este derecho, no apoyamos
los privilegios del ruso sobre los ucranios, educamos a las masas
en el espíritu del reconocimiento de este derecho, en el
espíritu de la negación de los privilegios estatales
de cualquier nación.
En los saltos por los que han atravesado todos
los países en la época de las revoluciones burguesas
son posibles y probables los choques y la lucha por el derecho a
un Estado nacional. Nosotros, proletarios, nos declaramos de antemano
adversarios de los privilegios de los rusos, y en esta dirección
desarrollamos toda nuestra propaganda y nuestra agitación.
En el afán de "practicismo",
Rosa Luxemburgo ha perdido de vista la tarea práctica principal,
tanto del proletariado ruso como del proletariado de toda otra nación:
la tarea de la agitación y propaganda cotidianas contra toda
clase de privilegios nacionales de tipo estatal, por el derecho,
derecho igual de todas las naciones, a tener su Estado nacional;
esta tarea es (ahora) nuestra principal tarea en el problema nacional,
porque sólo así defendemos los intereses de la democracia
y de la unión, basada en la igualdad de derechos de todos
los proletarios de todas las naciones.
Poco importa que esta propaganda "no
sea práctica" tanto desde el punto de vista de los opresores
rusos como desde el punto de vista de la burguesía de las
naciones oprimidas (unos y otros exigen un sí o no determinado,
acusando a los socialdemócratas de "vaguedad");
en la práctica, precisamente esta propaganda, y sólo
ella, asegura una edicación de las masas verdaderamente democrática
y verdaderamente socialista. Sólo una propaganda tal garantiza
también las mayores probabilidades de paz nacional en Rusia,
si sigue siendo un Estado de composición nacional heterogénea,
y la división más pacífica (e innocua para
la lucha de clase proletaria) en diversos Estados nacionales, si
se plantea el problema de semejante división.
Para explicar de un modo más concreto
esta política, la única proletaria en el problema
nacional, analicemos la actitud del liberalismo ruso ante la "autodeterminación
de las naciones" y el ejemplo de la separación de Noruega
de Suecia.
5. LA BURGUESIA LIBERAL Y LOS OPORTUNISTAS
SOCIALISTAS EN EL PROBLEMA NACIONAL
Hemos visto que Rosa Luxemburgo tiene por
uno de sus principales "triunfos", en la lucha contra
el programa de los marxistas de Rusia, el argumento siguente: reconocer
el derecho a la autodeterminación equivale a apoyar el nacionalismo
burgués de las naciones oprimidas. Por otra parte, dice Rosa
Luxemburgo, si por tal derecho se entiende únicamente la
lucha contra cualquier violencia en lo que se refiere a las naciones,
no hace falta un punto especial en el programa, porque la socialdemocracia
en general se opone a toda viiolencia nacional y a toda desigualdad
de derechos nacionales.
El primer argumento, según demostró
de un modo irrefutable Kautsky hace ya casi veinte años,
hace pagar la culpa del nacionalismo a justos por pecadores porque
¡resulta que, temiendo el nacionalismo de la burguesía
de las naciones oprimidas, Rosa Luxemburgo favorece, en realidad,
el nacionalismo ultrarreaccionario de los rusos! El segundo argumento
es, en el fondo, un temeroso esquivar el problema: reconocer la
igualdad nacional, ¿supone o no reconocer el derecho a la
separación? Si lo supone, Rosa Luxemburgo admite que es justo
por principio el apartado 9 de nuestro programa. Si no lo supone,
no reconoce la igualdad nacional. ¡Nada puede hacerse en este
caso con subterfugios y evasivas!
Pero la mejor manera de comprobar los argumentos
arriba indicados, así como todos los argumentos de esta índole,
consiste en estudiar la actitud de las diferentes clases de la sociedad
ante el problema. Para un marxista, semejante comprobación
es obligatoria. Hay que partir de lo objetivo, hay que tomar las
relaciones recíprocas de las diversas clases en el punto
de que se trata. Al no hacerlo, Rosa Luxemburgo incurre precisamente
en el pecado de lo metafísico, de lo abstracto, del lugar
común, de las generalidades, etc., del que en vano trata
de acusar a sus adversarios.
Se trata del programa de los marxistas de
Rusia, es decir, de los marxistas de todas las naciones de Rusia.
¿No convendría echar una ojeda a la posición
de las clases dominantes de Rusia?
Es conocida de todos la posición de
la "burocracia" (perdónesenos este término
inexacto) y de los terratenientes feudales del tipo de la nobleza
unificada. Negación absoluta tanto de la igualdad de derechos
de las naciones como del derecho a la autodeterminación.
La vieja consigna, tomada de los tiempos del régimen de servidumbre:
autocracia, religión ortodoxa, nación, con la partcularidad
de que por esta última tan sólo se entiende la nación
rusa. Incluso los ucranios son declarados "alógenos",
incluso su lengua materna es perseguida.
Veamos a la burguesía de Rusia, "llamada"
a tomar parte -una parte muy modesta, es verdad, pero, al fin y
al cabo, parte- en el poder, en el sistema legislativo y administrativo
"del 3 de junio". No se necesitan muchas palabras para
demostrar que en este problema los octubristas siguen, en realidad,
a las derechas. Es de lamentar que algunos marxistas concedan mucha
menos atención a la posición de la burguesía
liberal rusa, de los progresistas y demócratas constitucionalistas.
Y, sin embargo, quien no estudie esta posición y no reflexione
sobre ella incurrirá inevitablemente en el pecado de lo abstracto
y de lo vacío al analizar el derecho de las naciones a la
autodeterminación.
El año pasado, la polémica entre
Pravda y Riech obligó a este órgano principal del
Partido Demócrata Constitucionalista, tan hábil en
la evasiva diplomática ante la contestación franca
a preguntas "desagradables", a hacer, sin embargo, algunas
confesiones valiosas. Se armó el barullo en torno al Congreso
estudiantil de toda Ucrania, celebrado en Lvov en el verano de 1913.
El jurado "perito en cuestiones de Ucrania" o colaborador
ucranio de Riech, señor Moguilianski, publicó un artículo
en el que cubría de las más selectas injurias ("delirio",
"aventurerismo", etc.) la idea de la separación
de Ucrania, idea propugnada por el socialnacionalista Dontsov y
aprobada por el mencionado congreso.
El periódico Rabóchaya Pravda,
sin solidarizarse para nada con el señor Dontsov e indicando
claramente que este señor era un socialnacionalista y que
muchos marxistas ucranios discrepaban de él, declaró,
sin embargo, que el tono de Riech, o mejor dicho: el planteamiento
en principio de la cuestión por Riech es absolutamente indecoroso,
inadmisible en un demócrata ruso o en una persona que quiere
pasar por demócrata. Que Riech refute directamente a los
señores Dontsov, pero, en principio, es inadmisible que el
órgano ruso de una pretendida democracia olvide la libertad
de separación, el derecho a la separación.
Unos meses más tarde publicó
el señor Moguilianski en el número 331 de Riech unas
"explicaciones", enterado, por el periódico ucranio
Shliaji, de Lvov, de las objeciones del señor Dontsov, quien,
por cierto, observó que "sólo la prensa socialdemócrata
rusa había manchado (¿estigmatizado?) en forma debida
la diatriba patriotera de Riech". Las "explicaciones"
del señor Mogulianski consistieron en repetir por tres veces:
"la crítica de las recetas del señor Dontsov"
"no tiene nada de común con la negación del derecho
de las naciones a la autodeterminación".
"Hay que decir -escribía el señor
Moguilianski- que tampoco "el derecho de las naciones a la
autodeterminación" es una especie de fetiche (¡¡escuchen!!)
que no admite ninguna crítica: condiciones de vida malsanas
en una nación pueden engendrar tendencias malsanas en la
autodeterminación nacional, y poner al descubierto estas
últimas no significa aún negar el derecho de las naciones
a la autodeterminación".
Como ven, las frases de un liberal sobre lo
del "fetiche" estaban plenamente a tono con las frases
de Rosa Luxemburgo. Era evidente que el señor Moguilinski
deseaba rehuir el dar una respuesta directa a la pregunta: ¿reconoce
o no el derecho a la autodeterminación política, es
decir, a la separación?
Y Proletárskaya Pravda (núm.
4 del 11 de diciembre de 1913) hizo a boca de jarro esta pregunta
tanto al señor Moguilianski como al Partido Demócrata
Constitucionalista.
El periódico Riech publicó entonces
(núm. 340) una declaración sin firma, es decir, una
declaración oficial de la redacción, que daba una
respuesta a esa pregunta. Esta contestación se resume en
tres puntos:
1) En el apartado 11 del programa del Partido
Demócrata Constitucionalista se habla en forma directa, clara
y precisa del "derecho" de las naciones a una "libre
autedeterminación cultural".
2) Proletárskaya Pravda, según
la afirmación de Riech, "confunde irreparablemente"
la autodeterminación con el separatismo, con la separación
de esta o la otra nación.
3) "En efecto, los demócratas
constitucionalistas no han pensado nunca en defender el derecho
de "separación de las naciones" del Estado ruso"
(véase el artículo: El nacional liberalismo y el derecho
de las naciones a la autodeterminación, en Proletárskaya
Pravda, núm. 12, del 20 de diciembre de 1913).
Fijémonos ante todo en el segundo punto
de la declaración de Riech. ¡Cuán claramente
demuestra a los señores Semkovski, Libman, Yurkévich
y demás oportunistas que sus gritos y habladurías
sobre una pretendida "falta de claridad" o "vaguedad"
en cuanto a la "autodeterminación" no son en la
práctica, es decir, en la correlación objetiva de
las clases y de la lucha de las clases en Rusia, sino una simple
repetición de los discursos de la burguesía monárquica
liberal!
Cuando Proletárskaya Pravda hizo a
los instruidos señores "demócratas constitucionalistas"
de Riech tres preguntas: 1) Si negaban que en toda la historia de
la democracia internacional, y especialmente a partir de la segunda
mitad del siglo XIX, se entiende por autodeterminación de
las naciones precisamente la autodeterminación política,
el derecho a constituir un Estado nacional independiente; 2) si
negaban que el mismo sentido tenía la conocida decisión
del congreso socialista internacional celebrado en Londres en 1896,
y 3) que Plejánov, el cual escribía ya en 1902 sobre
la autodeterminación, entendía por tal precisamente
la autodeterminación política; cuando Proletárskaya
Pravda hizo estas tres preguntas, ¡¡los señores
demócratas constitucionalistas guardaron silencio!!
No contestaron ni una palabra, porque nada
tenían que contestar. Tuvieron que reconocer en silencio
que Proletárskaya Pravda tenía sin duda razón.
Los gritos de los liberales a propósito
de la falta de claridad del concepto de "autodeterminación",
de su "irreparable confusión" con el separatismo
entre los socialdemócratas no son sino una tendencia a embrollar
la cuestión, rehuir el reconocimiento de un principio general
de la democracia. Si los señores Semkovski, LIbman y Yurkévich
no fueran tan ignorantes, les hubiera dado vergüenza hablar
ante los obreros en tono liberal.
Pero sigamos. Proletárskaya Pravda
obligó a Riech a reconocer que las palabras sobre la autodeterminación
"cultural" tienen en el programa demócrata constitucionalista
precisamente el sentido de una negación de la autodeterminación
política.
"En efecto, los demócratas constitucionalistas
no han pensado nunca en defender el derecho de "separación
de las naciones" del Estado ruso": éstas son las
palabras de Riech que no en vano recomendó Proletárskaya
Pravda a Nóvoie Vremia y Zémschina como muestra de
la "lealtad" de nuestros demócratas constitucionalistas.
Sin dejar, naturalmente, de aprovechar la ocasión para mencionar
a los "semitas" y decir toda clase de mordacidades a los
demócratas constitucionalistas, Nóvoie Vremia declaraba,
sin embargo, en su número 13563:
"Lo que constituye para los socialdemócratas
un axioma de sabiduría política" (es decir, el
reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación,
a la separación), "empieza en nuestros días a
provocar divergencias incluso entre los demócratas constitucionalistas".
Los demócratas constitucionalistas
adoptaron una posición de principios absolutamente idéntica
a la de Nóvoie Vremia, declarando que "no habían
pensado nunca en defender el derecho de separación de las
naciones del Estado ruso". En esto consiste una de las bases
del nacional-liberalismo de los demócratas constitucionalistas,
de su afinidad con los Purishkévich, de su dependencia de
estos últimos en el terreno político-ideólogico
y político-práctico. "Los señores demócratas
constitucionalistas han estudiado historia -decía Proletárskaya
Pravda-, y saben muy bien a qué actos "pogromoides",
expresándonos con suavidad, ha llevado muchas veces en la
práctica la aplicación del tradicional derecho de
los Purishkévich a "agarrar y no dejar escapar".
Sabiendo perfectamente que la omnipotencia de los Purishkévich
tiene origen y carácter feudal, los demócratas constitucionalistas
se colocan, sin embargo, por entero en el terreno de las relaciones
y fronteras establecidas precisamente por esta clase. Sabiendo perfectamente
cuántos elementos no europeos, antieuropeos (asiáticos,
diríamos nosotros, si esta palabra no pudiera sonar a inmerecido
desprecio para japoneses y chinos) hay en las relaciones y fronteras
creadas o fijadas por esa clase, los señores demócratas
constitucionalistas los consideran límite del que no se puede
pasar.
Esto es precisamente adaptación a los
Purishkévich, servilismo ante ellos, miedo de hacer vacilar
su posición, esto es defenderlos contra el mivimiento popular,
contra la democracia. "Esto significa en la práctica
-decía Proletárskaya Pravda- adaptarse a los intereses
de los feudales y a los peores prejuicios nacionalistas de la nación
dominante en vez de luchar constantemente contra esos prejuicios".
Como personas conocedoras de la historia y
con pretensiones de democracia, los demócratas constitucionalistas
ni siquiera intentan afirmar que el movimiento democrático,
que en nuestros días es típico tanto de Europa Oriental
como de Asia y que tiende a transformar una y otra, de acuerdo con
el modelo de los países civilizados, capitalistas, que este
movimiento deba indefectiblemente dejar intactas las fronteras fijadas
en la época feudal, en la época de omnipotencia de
los Purishkévich y de la falta de derechos de extensos sectores
de la burguesía y de la pequeña burguesía.
La última conferencia del Partido Demócrata
Constitucionalista, celebrada del 23 al 25 de marzo de 1914, ha
demostrado, por cierto, que el problema planteado por la polémica
de Proletárskaya Pravda con Riech no era, en modo alguno,
tan sólo un problema literario, sino que revestía
la mayor actualidad política. En la reseña oficial
de Riech (núm. 83, del 26 de marzo de 1914) sobre esta conferencia
leemos:
"Se trataron también en forma
especialmente animada los problemas nacionales. Los diputados de
Kíev, a los que se unieron N. V. Nekrásov y A. M.
Koliubakin, indicaron que el problema nacional es un factor importante
que está madurando y que es imprescindible afrontar con más
energía que hasta ahora. F. F. Kokoshkin indicó, sin
embargo" (éste es el "sin embargo" que corresponde
al "pero" de Schedrín: "de puntillas no se
es más alto, no, no se es más alto"), "que
tanto el programa como la anterior experiencia política exigen
que se proceda con la mayor prudencia en lo que se refiere a las
"fórmulas elásticas" "de la autodeterminación
política de las naciones"".
Este razonamiento de la conferencia demócrata
constitucionalista, de todo punto notable, merece la mayor atención
de todos los marxistas y de todos los demócratas. (Hagamos
notar entre paréntesis que Kíevskaya Mysl, periódico,
por lo visto, enteradísimo y, sin duda, fiel transmisor de
los pensamientos del señor Kokoshkin, añadía
que este señor, claro que como advertencia a sus contrincantes,
aducía de un modo especial el argumento del peligro de la
"disgregación" del Estado).
La reseña oficial de Riech está
redactada con maestría diplomática, para levantar
lo menos posible el telón y disimular lo más posible.
Pero, de todos modos, queda claro, en sus rasgos fundamentales,
lo que ocurrió en la conferencia de los demócratas
constitucionalistas. Los delegados burgueses liberales, que conocían
la situación en Ucrania, y los demócratas constitucionalistas
"de izquierda" plantearon precisamente la cuestión
de la autodeterminación política de las naciones.
De lo contrario, el señor Kokoshkin no habría tenido
por qué aconsejar que se procediera "con prudencia"
en lo que se refiere a esta "fórmula".
En el programa de los demócratas constitucionalistas
que, naturalmente, conocían los delegados de la conferencia
demócratas constitucionalista, figura precisamente la autodeterminación
"cultural", y no la autodeterminación política.
Por tanto, el señor Kokoshkin defendía el programa
contra los delegados de Ucrania, contra los demócratas constitucionalistas
de izquierda, defendía la autodeterminación "cultural"
contra la "política". Es de todo punto evidente
que, al alzarse contra la autodeterminación "política",
al esgrimir la amenaza de la "disgregación del Estado",
diciendo que la fórmula de la "autodeterminación
política" es "elástica" (¡completamente
a tono con Rosa Luxemburgo!), el señor Kokoshkin defendía
el nacional-liberalismo ruso contra elementos más "izquierdistas"
o más demócraticos del Partido Demócrata Constitucionalista
y contra la burguesía ucrania.
El señor Kokoshkin venció en
la conferencia demócrata constitucionalista, como puede verse
por la traidora palabreja "sin embargo" en la reseña
de Riech. El nacional-liberalismo ruso triunfó entre los
demócratas constitucionalistas. ¿No contribuirá
esta victoria a que se aclaren las mentes de los elementos poco
razonables que, entre los marxistas de Rusia, han comenzado también
a temer, tras los demócratas constitucionalistas, "las
fórmulas elásticas de la autodeterminación
política de las naciones"?
Veamos, "sin embargo", cuál
es, en el fondo, el curso que siguen los pensamientos del señor
Kokoshkin. Invocando la "anterior experiencia política"
(es decir, evidentemente, la experiencia de 1905, en que la burguesía
rusa se asustó, temiendo por sus privilegios nacionales,
y contagió su miedo al Partido Demócrata Constitucionalista),
hablando de la amenaza de "disgregación del Estado",
el señor Kokoshkin ha demostrado comprender perfectamente
que la autodeterminación política no puede significar
otra cosa que el derecho a la separación y a la formación
de un Estado nacional independiente. Se pregunta. ¿cómo
hay que conceptuar estos temores del señor Kokoshkin, desde
el punto de vista de la democracia, en general, así como
desde el punto de vista de la lucha de clase proletaria, en particular?
El señor Kokoshkin quiere convencernos
de que el reconocimiento del derecho a la separación aumenta
el peligro de "disgregación del Estado". Este es
el punto de vista del polizonte Mymretsov con su lema de "agarrar
y no dejar escapar". Desde el punto de vista de la democracia
en general, es precisamente al contrario: el reconocimiento del
derecho a la separación reduce el peligro de "disgregación
del Estado".
El señor Kokoshkin razona absolutamente
en el espíritu de los nacionalistas. En su último
congreso atacaron furiosamente a los ucranios "mazepistas".
El movimiento ucranio -exclamaban el señor Sávenko
y Cía.- amenaza con debilitar los lazos que unen a Ucrania
con Rusia, ¡¡porque Austria, con la ucraniofilia, estrecha
los lazos de los ucranios con Austria!! Lo que no se comprendía
era por qué no puede Rusia intentar "estrechar"
los lazos de los ucranios con Rusia por el mismo método que
los señores Sávenko echan en cara a Austria, es decir,
concediendo a los ucranios el libre uso de su lengua materna, la
autodeterminación administrativa, una Dieta autónoma,
etc.
Los razonamientos de los señores Sávenko
y de los señores Kokoshkin son absolutamente del mismo género
e igualmente ridículos y absurdos, desde un punto de vista
puramente lógico. ¿No está claro que, cuanto
mayor sea la libertad de que goce la nación ucrania en uno
u otro país, tanto más estrecha será la ligazón
de esa nación con el país de que se trate? Parece
que no se puede discutir contra esta verdad elemental de no romper
resueltamente con todos los postulados de la democracia. ¿Y
puede haber, para una nación como tal, mayor libertad que
la de separación, la libertad de formar un Estado nacional
independiente?
Para que esta cuestión, embrollada
por los liberales (y por quienes, sin comprender, les hacen coro),
quede más clara aún, pondremos el más sencillo
de los ejemplos: Tomemos el divorcio. Rosa Luxemburgo dice en su
artículo que un Estado democrático centralizado, al
transigir por completo con la autonomía de diversas de sus
partes, debe dejar a la jurisdicción del Parlamento central
todas las esferas legislativas de mayor importancia, y entre ellas,
la del divorcio. Es prefectamente comprensible esta preocupación
por que el poder central del Estado democrático asegure la
libertad de divorcio. Los reaccionarios están en contra de
la libertad de divorcio, aconsejan que se proceda "con prudencia"
en lo relativo a dicha libertad y gritan que eso significa la "disgregación
de la familia". Pero la democracia considera que los reaccionarios
son unos hipócritas, pues, en realidad, defienden la omnipotencia
de la policía y de la burocracia, los privilegios de un sexo
y la peor opresión de la mujer; considera que, en realidad,
la libertad de divorcio no significa la "disgregación"
de los vínculos familiares, sino, por el contrario, su fortalecimiento
sobre los únicos cimientos democráticos que son posibles
y estables en una sociedad civilizada.
Acusar a los partidarios de la libertad de
autodeterminación, es decir, de la libertad de separación,
de que fomentan el separatismo es tan necio e hipócrita como
acusar a los partidarios de la libertad de divorcio de que fomentan
el desmoronamiento de los vínculos familiares. Del mismo
modo que en la sociedad burguesa impugnan la libertad de divorcio
los defensores de los privilegios y de la venalidad, en los que
se funda el matrimonio burgués, negar en el Estado capitalista
la libertad de autodeterminación, es decir, de separación
de las naciones no significa otra cosa que defender los privilegios
de la nación dominante y los procedimientos policíacos
de administración en detrimento de los democráticos.
No cabe duda de que la politiquería
engendrada por todas las relaciones de la sociedad capitalista da
a veces lugar a charlatanería en extremo frívola y
hasta sencillamente absurda de parlamentarios o publicistas sobre
la separación de tal o cual nación. Pero sólo
los reaccionarios pueden dejarse asustar (o fingir que se asustan)
por semejante charlatanería. Quien sustente el punto de vista
de la democracia, es decir, de la solución de los problemas
estatales por la masa de la población, sabe prefectamente
que hay "un gran trecho" entre la charlatanería
de los politicastros y la decisión de las masas. La masas
de la población saben perfectamente, por la experiencia cotidiana,
lo que significan los lazos gegráficos y económicos,
las ventajas de un gran mercado y de un gran Estado y sólo
se decidirán a la separación cuando la opresión
nacional y los roces nacionales hagan la vida en común absolutamente
insoportable, frenando las relaciones económicas de todo
género. Y en este caso, los intetreses del desarrollo capitalista
y de la libertad de lucha de clase estarán precisamente del
lado de quienes se separen.
Así pues, se aborden los razonamientos
del señor Kokoshkin del lado que se quiera, resultan el colmo
del absurdo y del escarnio a los principios de la democracia. Pero
en estos razonamientos hay cierta lógica: la lógica
de los intereses de clase de la burguesía rusa. El señor
Kokoshkin, como la mayoría del Partido Demócrata Constitucionalista,
es lacayo de la bolsa de oro de esa burguesía. Defiende sus
privilegios en general, sus privilegios estatales en particular,
los defiende con Purishkévich, al lado de éste, con
la única diferencia de que Purishkévich tiene más
fe en el garrote feudal, mientras que Kokoshkin y Cia. ven que el
garrote resultó muy quebrantado en le año 1905 y confían
más en los procedimientos burgueses de embaucamiento de las
masas, por ejemplo, en asustar a los pequeños burgueses y
a los campesinos con el fantasma de la "disgregación
del Estado", de engañarles con frases sobre la unión
de "la libertad popular" con los pilares históricos,
etc.
La significación real de clase de la
hostilidad liberal al principio de autodeterminación política
de las naciones es una, y sólo una: nacional-liberalismo,
salvaguardia de los privilegios estatales de la burguesía
rusa. Y todos estos oportunistas que hay entre los marxistas de
Rusia, que precisamente ahora, en la época del sistema del
3 de junio, han arremetido contra el derecho de las naciones a la
autodeterminación: el liquidador Semkovski, el bundista Libman,
el pequeñoburgués ucranio Yurkévich, en realidad
van sencillamente a la zaga del nacional-liberalismo, corrompen
a la clase obrera con las ideas nacional-liberales.
Los intereses de la clase obrera y de su lucha
contra el capitalismo exigen una completa solidaridad y la más
estrecha unión de los obreros de todas las naciones, exigen
que se rechace la política nacionalista de la burguesía
de cualquier nación. Por ello sería apartarse de las
tareas de la política proletaria y someter a los obreros
a la política de la burguesía, tanto el que los socialdemócratas
se pusieran a negar el derecho a la autodeterminación, es
decir, el derecho de las naciones oprimidas a separarse, como el
que se pusieran a apoyar todas las reivindicaciones nacionales de
la burguesía de las naciones oprimidas. Al obrero asalariado
tanto le da que su principal explotador sea la burguesía
rusa más que la alógena, como la burguesía
polaca más que la hebrea, etc. Al obrero asalariado que haya
adquirido conciencia de los intereses de su clase le son indiferentes
tanto los privilegios estatales de los capitalistas rusos como las
promesas de los capitalistas polacos o ucranios de instaurar el
paraíso en la tierra cuando ellos gocen de privilegios estatales.
El desarrollo del capitalismo prosigue y proseguirá, de uno
u otro modo, tanto en un Estado heterogéneo unido como en
Estados nacionales separados.
En todo caso, el obrero asalariado seguirá
siendo objeto de explotación, y para luchar con éxito
contra ella se exige que el proletariado sea independiente del nacionalismo,
que los proletarios mantengan una posición de completa neutralidad,
por así decir, en la lucha de la burguesía de la diversas
naciones por la supremacía. En cuanto el proletariado de
una nación cualquiera apoye en lo más mínimo
los privilegios de "su" burguesía nacional, este
apoyo provocará inevitablemente la desconfianza del proletariado
de la otra nación, debilitará la solidaridad internacional
de clase de los obreros, los desunirá para regocijo de la
burguesía. Y el negar el derecho a la autodeterminación,
o a la separación, significa indefectiblemente, en la práctica,
apoyar los privilegios de la nación dominante.
Nos convenceremos de ello con mayor evidencia
aún si tomamos el ejemplo concreto de la separación
de Noruega de Suecia.
6. LA SEPARACIÓN DE NORUEGA DE SUECIA
Rosa Luxemburgo toma precisamente este ejemplo
y razona sobre él del modo siguiente:
"El último acontecimiento que
se ha producido en la historia de las relaciones federativas, la
separación de Noruega de Suecia -que en su tiempo se apresuró
a comentar social patriotera polaca (véase Naprzód
de Cracovia) como una reconfortante manifestación de la fuerza
y del carácter progresivo de las aspiraciones a la separación
estatal-, se ha convertido inmediatamente en prueba fulminante de
que el federalismo y la separación estatal que de él
resulta en modo alguno son expresión de progreso ni democracia.
Después de la llamada "revolución" noruega,
que consistió en destronar y hacer de salir de Noruega al
rey de Suecia, los noruegos eligieron tranquilamente otro rey, tras
de haber rechazado formalmente, por plebiscito popular, el proyecto
de instauración de la República. Lo que los adoradores
superficiales de toda clase de movimientos nacionales y de todo
lo que se asemeja a independencia proclamaron como "revolución"
era una simple manifestación del particularismo campesino
y pequeñoburgués, un deseo de tener por su dinero
un rey "propio", en lugar del rey impuesto por la aristocracia
sueca; era, por tanto, un movimiento que no tenía absolutamente
nada de común con el espíritu revolucionario. Al mismo
tiempo, esta historia de la ruptura de la unión sueco-noruega
ha vuelto a demostrar hasta qué punto, también en
este caso, la federación que había exisitido hasta
aquel momento no era sino la expresión de intereses puramente
dinásticos y, por tanto, una forma de monarquismo y de reacción".
(Przeglad).
¡¡Esto es literalmente todo lo
que dice Rosa Luxemburgo sobre este punto!! Y preciso es reconocer
que será difícil poner de manifiesto la impotencia
de su posición con más relieve que lo ha hecho Rosa
Luxemburgo en el ejemplo aducido.
La cuestión consistía y consiste
en si la socialdemocracia necesita, en un Estado de composición
nacional heterogénea, un programa que reconozca el derecho
a la autodeterminación o a la separación.
¿Qué nos dice sobre esto el
ejemplo de Noruega, escogido por la misma Rosa Luxemburgo?
Nuestra autora da rodeos y hace esguinces,
ironiza y clama contra Naprzód, ¡¡pero no responde
a la cuestión!! Rosa Luxemburgo habla de lo que se quiera,
¡¡con tal de no decir ni una palabra del fondo de la
cuestión!!
Es indudable que los pequeños burgueses
de Noruega, que han querido tener rey propio por su dinero y han
hecho fracasar en plebiscito popular el proyecto de instauración
de la República, han puesto de manifiesto cualidades pequeñoburguesas
bastante malas. Es indudable que si Naprzód no lo ha notado,
ha mostrado cualidades igualmente malas e igualmente pequeñoburguesas.
Pero ¿a qué viene todo esto?
¡Porque de lo que se trataba era del
derecho de las naciones a la autodeterminación y de la actitud
del proletariado socialista ante ese derecho! ¿Por qué,
pues, Rosa Luxemburgo no responde a la cuestión, sino que
da vueltas y más vueltas en torno a ella?
Dicen que para el ratón no hay fiera
más temible que el gato. Para Rosa Luxemburgo, por lo visto,
no hay fiera más temible que los "fraquistas".
"Fraquista" es el nombre que se da en lenguaje popular
al Partido Socialista Polaco, a la llamada fracción revolucionaria,
y el periodiquillo de Cracovia Naprzód comparte las ideas
de esta "fracción". La lucha de Rosa Luxemburgo
contra el nacionalismo de esa "fracción" ha cegado
hasta tal punto a nuestra autora, que todo desaparece de su horizonte
a excepción de Naprzód.
Si Naprzód dice: "sí",
Rosa Luxemburgo se considera en el segrado deber de proclamar inmediatamente:
"no", sin pensar en lo más mínimo que, con
semejante procedimiento, lo que demuestra no es su independencia
de Naprzód, sino precisamente todo lo contrario, su divertida
dependencia de los "fraquistas", su incapacidad de ver
las cosas desde un punto de visto algo más amplio y profundo
que el del hormiguero de Cracovia. Naprzód, desde luego,
es un órgano muy malo y no es en absoluto un órgano
marxista, pero eso no debe impedirnos analizar a fondo el ejemplo
de Noruega, toda vez que lo hemos aducido.
Para analizar este ejemplo a lo marxista,
no debemos pararnos en las malas cualidades de los muy temibles
"fraquistas", sino, primero, en las particularidades históricas
concretas de la separación de Noruega de Suecia, y, segundo,
ver cuáles fueron las tareas del proletariado de ambos países
durante esta separación
Noruega está ligada a Suecia por lazos
geográficos, económicos y lingüísticos
no menos estrechos que los lazos que unen a muchas naciones eslavas
no rusas a los rusos. Pero la unión de Noruega a Suecia no
era voluntaria, de modo que Rosa Luxemburgo habla de "federación"
completamente en vano, sencillamente porque no sabe qué decir.
Noruega fue entregada a Suecia por los monarcas durante las guerras
napoleónicas, contra la voluntad de los noruegos, y los suecos
hubieron de llevar a Noruega tropas para someterla.
Después de eso hubo durante largos
decenios, a pesar de la autonomía de extraordinaria amplitud
de que gozaba Noruega (Dieta propia, etc.), constantes roces entre
Noruega y Suecia, y los noruegos procuraron con todas las fuerzas
sacudirse el yugo de la aristocracia sueca. En agosto de 1905 se
lo sacudieron por fin: la Dieta noruega decidió que el rey
de Suecia dejara de ser rey de Noruega, y el referéndum del
pueblo noruego, celebrado más tarde, dio una aplastante mayoría
de votos (cerca de doscientos mil, contra algunos centenares) a
favor de la completa separación de Suecia. Los suecos, después
de algunas vacilaciones, se resignaron con la separación.
Este ejemplo nos muestra en qué terrenos
son posibles y se producen casos de separación de naciones,
manteniéndose las relaciones económicas y políticas
contemporáneas, y qué forma toma a veces la separación
en un ambiente de libertad política y democracia.
Ni un solo socialdemócrata, si no se
decide a declarar que le son indiferentes la libertad política
y la democracia (y en tal caso, naturalmente, dejaría de
ser socialdemócrata), podrá negar que este ejemplo
demuestra de hecho que los obreros conscientes tienen la obligación
de desarrollar una labor constante de propaganda y preparación
a fin de que los posibles choques motivados por la separación
de naciones se ventilen sólo como se ventilaron en 1905 entre
Noruega y Suecia y no "al modo ruso". Esto es precisamente
lo que expresa la reivindicación programática de reconocer
el derecho de las naciones a la autodeterminación. Y Rosa
Luxemburgo, ante un hecho desagradable para su teoría, ha
tenido que escudarse con temibles invectivas a la mentalidad de
los pequeños burgueses noruegos y al Naprzód de Cracovia,
porque comprendía perfectamente hasta qué punto desmiente
de un modo irrevocable ese hecho histórico sus frases, según
las cuales el derecho a la autodeterminación de las naciones
es una "utopía", equivale al derecho "a comer
en plato de oro", etc. Semejantes frases sólo expresan
una fe oportunista de lamentable presunción en la inmutabilidad
de la correlación de fuerzas dada entre las naciones de Europa
Oriental.
Prosigamos. En el problema de la autodeterminación
de las naciones, lo mismo que en cualquier otro, nos interesa, ante
todo y sobre todo, la autodeterminación del proletariado
en el seno de las naciones. Rosa Luxemburgo ha dejado modestamente
a un lado también este problema, comprendiendo cuán
desagradable resulta para su "teoría" examinarlo
en el aducido ejemplo de Noruega.
¿Cuál fue y debió ser
la posición del proletariado noruego y sueco en el conflicto
motivado por la separación? Los obreros conscientes de Noruega,
desde luego, hubieran votado después de la separación
por la República[2], y si hubo socialistas que votaron de otro modo,
eso no demuestra sino que hay a veces mucho oportunismo obtuso,
pequeñoburgués, en el socialismo europeo. Sobre esto
no puede haber dos criterios, y sólo nos referimos a este
punto porque Rosa Luxemburgo intenta velar el fondo de la cuestión
con disquisiciones que no vienen al caso. No sabemos si, en lo que
se refiere a la separación, el programa socialista noruego
obligaba a los socialdemócratas noruegos a atenerse a un
criterio determinado. Supongamos que no, que los socialistas noruegos
dejaron en suspenso la cuestión de hasta qué punto
era suficiente para la libre lucha de clase la autonomía
de Noruega y hasta qué punto frenaban la libertad de su vida
económica los eternos roces y conflictos con la aristocracia
sueca. Pero es indiscutible que el proletariado noruego debía
haber ido contra esa aristocracia, por una democracia campesina
noruega (aun con toda la estrechez de miras pequeñoburguesas
de esta última).
¿Y el proletariado sueco? Sabido es
que los terratenientes suecos, apoyados por el clero sueco, predicaban
la guerra contra Noruega; y como Noruega es mucho más débil
que Suecia, como ya había sufrido una invasión sueca,
como la aristocracia sueca tiene un peso muy considerable en su
país, esta prédica era una amenaza muy seria. Puede
asegurarse que los Kokoshkin suecos corrompieron larga y empeñadamente
a las masas suecas, exhortándolas a "proceder con prudencia"
en lo referente a las "fórmulas elásticas de
la autodeterminación política de las naciones",
pintándoles los peligros de "disgregación del
Estado" y asegurándoles que la "libertad popular"
es compatible con los principios de la aristocracia sueca. No cabe
la menor duda de que la socialdemocracia sueca habría hecho
traición a la causa del socialismo y a la causa de la democracia
si no hubiera luchado con todas sus fuerzas contra la ideología
y contra la política tanto de los terratenientes como de
los Kokoshkin, si no hubiera propugnado, además de la igualdad
de las naciones en general (igualdad que también reconocen
los Kokoshkin), el derecho de las naciones a la autodeterminación,
la libertad de separación de Noruega.
La estrecha unión de los obreros noruegos
y suecos y su plena solidaridad de camaradas de clase ganaban, al
reconocer de este modo los obreros suecos el derecho de los noruegos
a la separación. Porque los obreros noruegos se convencían
de que los obreros suecos no estaban contagiados de nacionalismo
sueco, de que la fraternidad con los proletarios noruegos estaba,
para ellos, por encima de los privilegios de la burguesía
y de la aristocracia suecas. La ruptura de los lazos impuestos a
Noruega por los monarcas europeos y los aristócratas suecos
fortaleció los lazos entre los obreros noruegos y suecos.
Los obreros suecos han demostrado que, a través de todas
las vicisitudes de la política burguesa -¡bajo las
relaciones burguesas es perfectamente posible que renazca la sumisión
de los noruegos a los suecos por la fuerza!-, sabrán mantener
y defender la completa igualdad de derechos y la solidaridad de
clase de los obreros de ambas naciones en la lucha tanto contra
la burguesía sueca como contra la noruega.
De ahí se infiere, entre otras cosas,
cuán infundadas e incluso sencillamente poco serias son las
tentativas que a veces hacen los "faquistas" de "aprovechar"
nuestras divergencias con Rosa Luxemburgo en contra de la socialdemocracia
polaca. Los "fraquistas" no constituyen un partido proletario,
socialista, sino un partido nacionalista pequeñoburgués,
una especie de socialrevolucionarios polacos. Nunca se ha hablado
ni pudo hablarse de ninguna unidad de los socialdemócratas
de Rusia con este partido. En cambio, ni un solo socialdemócrata
de Rusia "se ha arrepentido" nunca de acercarse y unirse
a los socialdemócratas polacos. A la socialdemocracia polaca
le corresponde el gran mérito histórico de haber creado
por primera vez en Polonia un partido marxista de verdad, proletario
de verdad, en una Polonia impregnada hasta la médula de aspiraciones
y apasionamientos nacionalistas. Pero este mérito de los
socialdemócratas polacos es un gran mérito no porque
Rosa Luxemburgo haya dicho toda clase de absurdos contra el apartado
9 del programa marxista de Rusia, sino a pesar de esa lamentable
circunstancia.
Para los socialdemócratas polacos,
naturalmente, el "derecho a la autodeterminación"
no tiene una importancia tan grande como para los rusos. Es perfectamente
comprensible que la lucha contra la pequeña burguesía
de Polonia, cegada por el nacionalismo, haya obligado a los socialdemócratas
polacos a "forzar la nota" con particular empeño
(a veces quizá un poco exagerado). Ni un solo marxista de
Rusia ha pensado nunca en acusar a los socialdemócratas polacos
de estar en contra de la separación de Polonia. Estos socialdemócratas
se equivocan sólo cuando, a semejanza de Rosa Luxemburgo,
intentan negar la necesidad de que en el programa de los marxistas
de Rusia se reconozca el derechoa a la autodeterminación.
En el fondo, eso significa trasladar relaciones,
comprensibles desde el punto de vista del horizonte de Cracovia,
a la escala de todos los pueblos y naciones de Rusia, incluidos
los rusos. Eso significa ser "nacionalistas polacos al revés",
y no socialdemócratas de Rusia, internacionalistas.
Porque la socialdemocracia internacional está
precisamente en pro de reconocer el derecho de las naciones a la
autodeterminación. De lo cual pasamos a ocuparnos.
7. EL ACUERDO DEL CONGRESO INTERNACIONAL
DE LONDRES CELEBRADO EN 1896
El acuerdo dice:
"El congreso declara que está
a favor del derecho completo a la autodeterminación (Selbstbestimmungsrecht)
de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros
de todo país que sufra actualmente bajo el yugo de un absolutismo
militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a
los obreros de todos estos países a ingresar en las filas
de los obreros conscientes (Klassenbewusste= de los que tienen conciencia
de los intereses de su clase) de todo el mundo, a fin de luchar
al lado de ellos para vencer al capitalismo internacional y alcanzar
los objetivos de la socialdemocracia internacional".
Como ya hemos señalado, nuestros oportunistas,
los señores Semkovski, Libman y Yurkévich, desconocen
sencillamente este acuerdo. Pero Rosa Luxemburgo lo conoce y cita
su texto íntegro, en el que figura la misma expresión
que en nuestro programa: "autodeterminación".
Cabe preguntar: ¿cómo elimina
Rosa Luxemburgo este obstáculo del camino de su "original"
teoría?
¡Oh, muy sencillo!: ...el centro de
gravedad está aquí en la segunda parte de la resolución...
su carácter declarativo... ¡¡sólo por
confusión puede apelarse a ella!!
El desamparo y la desorientación de
nuestra autora son sencillamente asombrosos. Por lo general, los
oportunistas son los únicos que aluden al carácter
declarativo de los puntos consecuentemente democráticos y
socialistas en los programas, rehuyendo cobardemente la polémica
franca contra ellos. A lo que se ve, no sin motivo se ha encontrado
esta vez Rosa Luxemburgo en la triste compañía de
los señores Semkovski, Libman y Yurkévich. Rosa Luxemburgo
no se atreve a confesar con sinceridad si estima certera o errónea
la citada resolución. Se zafa y se esconde, como si esperase
tener un lector tan poco atento y tan ignorante que olvide la primera
parte de la resolución al llegar a la segunda o que nunca
haya oído hablar de los debates que hubo en la prensa socialista
antes del congreso de Londres.
Pero Rosa Luxemburgo está muy equivocada
si se imagina que logrará pisotear con tanta facilidad ante
los obreros conscientes de Rusia una resolución de la Internacional
sobre una importante cuestión de principios, sin haberse
dignado siquiera analizarla con criterio crítico.
En los debates que precedieron al Congreso
de Londres -principalmente en las columnas de la revista de los
marxistas alemanes Die Neue Zeit- se expresó el punto de
vista de Rosa Luxemburgo, ¡y ese punto de vista, en el fondo,
sufrió una derrota ante la Internacional! Este es el fondo
del asunto, y debe tenerlo en cuenta sobre todo el lector ruso.
Los debates giraron en tono a la cuestión
de independencia de Polonia. Se expresaron tres puntos de vista:
1) El punto de vista de los "fraquistas",
en cuyo nombre habló Haecker. Querían que la Internacional
reconociera en su programa la reivindicación de la independencia
de Polonia. La propuesta no fue aceptada. Este punto de vista sufrió
una derrota ante la Internacional.
2) El punto de vista de Rosa Luxemburgo: los
socialistas polacos no deben exigir la independencia de Polonia.
Desde este punto de vista, ni hablar se podía de proclamar
el derecho de las naciones a la autodeterminación. Este criterio
fue también derrotado ante la Internacional.
3) El punto de vista que entonces desarrolló
del modo más minucioso C. Kautsky, al tomar la palabra contra
Rosa Luxemburgo y demostrar la extrema "unilateralidad"
del materialismo de ella. Desde este punto de vista, la Internacional
no puede incluir hoy en su programa la independencia de Polonia,
pero los socialistas polacos -dijo Kautsky- pueden plenamente propugnar
semejante reivindicación. Desde el punto de vista de los
socialistas es absolutamente erróneo desentenderse de las
tareas de la liberación nacional en un ambiente de opresión
nacional.
La resolución de la Internacional reproduce
precisamente las tesis más esenciales, fundamentales de este
punto de vista: por una parte, se reconoce, sin el menor rodeo ni
dejar lugar a la tergiversación alguna, el pleno derecho
de todas las naciones a la autodeterminación; por otra parte,
se exhorta de forma no menos explícita a los obreros a concertar
la unidad internacional de su lucha de clase.
Nosotros estimamos que está resolución
es acertada por completo y que, para los países de Europa
Oriental y de Asia de comienzos del siglo XX, es precisamente ella
y justamente en la conexión indisoluble de sus dos partes
lo que constituye la única directriz acertada de política
proletaria de clase en el problema nacional.
Explayémonos con algún detenimiento
mayor en los tres puntos de vista mencionados.
Sabido es que C. Marx y F. Engels consideraban
que toda la democracia de Europa Occidental, y más aún
la socialdemocracia, estaban absolutamente obligados a apoyar con
energía la reivindicación de independencia de Polonia.
Para las décadas del 40 y del 60 del siglo pasado, época
de revolución burguesa en Austria y Alemania, época
de "reforma campesina" en Rusia, este punto de vista era
certero por completo y el único consecuentemente democrático
y proletario. Mientras las masas populares de Rusia y de la mayoría
de los países eslavos estaban aún sumidas en profundo
sueño, mientras no había en estos países movimientos
democráticos independientes, de masas, el movimiento liberador
aristocrático en Polonia adquiría un valor primordial,
gigantesco, desde el punto de vista no sólo de la democracia
de toda Rusia, no sólo de la democracia de todos los países
eslavos, sino de la democracia de toda Europa[3].
Pero si este punto de vista de Marx era acertado
por completo para el segundo tercio o para el tercer cuarto del
siglo XIX, ha dejado de serlo para el siglo XX. En la mayoría
de los países eslavos, e incluso en uno de los países
eslavos más atrasados, en Rusia, han surgido movimientos
democráticos independientes e incluso un movimiento proletario
independiente. Ha desaparecido la Polonia aristocrática,
dando paso a la Polonia capitalista. En tales circunstancias, Polonia
no podía menos de perder su excepcional trascendencia revolucionaria.
Cuando el PSP (Partido Socialista Polaco,
los "fraquistas" actuales) intentó en 1896 "perpetuar"
el punto de vista de Marx de otra época, eso significaba
ya utilizar la letra del marxismo contra el espíritu del
marxismo. De ahí que tuvieran completa razón los socialdemócratas
polacos cuando se declararon en contra de los entusiasmos nacionalistas
de la pequeña burguesía polaca, cuando indicaron que
el problema nacional tenía una importancia secundaria para
los obreros polacos, cuando crearon por primera vez en Polonia un
partido puramente proletario, cuando proclamaron el principio de
la unión más estrecha entre el obrero polaco y el
ruso en su lucha de clase, principio de inmensa importancia.
Pero ¿significaba esto, sin embargo,
que, a comienzos del siglo XX, la Internacional podía considerar
superfluo para Europa Oriental y Asia el principio de autodeterminación
política de las naciones, su derecho a la separación?
Esto sería el mayor de los absurdos y equivaldría
(teóricamente) a considerar terminada la transformación
democrática burguesa de los Estados de Turquía, Rusia
y China; sería (prácticamente) oportunismo respecto
al absolutismo.
No. Para Europa Oriental y para Asia, en una
época en que se han iniciado revoluciones democráticas
burguesas, en una época en que han surgido y se han exarcebado
movimientos nacionales, en una época en que han aparecido
partidos proletarios independientes, la tarea de estos partidos
en política nacional debe ser una tarea doble: reconocer
el derecho de todas las naciones a la autodeterminación,
porque aún no está terminada la transformación
democrática burguesa, porque la democracia obrera propugna
con seriedad, franqueza y consecuencia, no al modo liberal, no al
modo de los Kokoshkin, la igualdad de derechos de las naciones y
la alianza más estrecha, indisoluble, de la lucha de clase
de los proletarios de todas las naciones de un Estado determinado,
para toda índole de peripecias de su historia, con todo género
de modificaciones que la burguesía introduzca en las fronteras
de los diversos Estados.
Esta doble tarea del proletariado es precisamente
la que formula la resolución de la Internacional en 1896.
Idéntica precisamente es, por los principios en que se basa,
la resolución adoptada por los marxistas de Rusia en su Conferencia
del Verano de 1913. Hay gentes a quienes les parece "contradictorio"
que esta resolución, al reconocer en su punto cuarto el derecho
a la autodeterminación, a la separación, parece "conceder"
el máximo al nacionalismo (en realidad, en el reconocimiento
del derecho a la autodeterminación de todas las naciones
hay un máximo de democracia y un mínimo de nacionalismo),
y en el punto quinto previene a los obreros contra las consignas
nacionalistas de cualquier burguesía y exige la unidad y
la fusión de los obreros de todas las naciones en organizaciones
proletarias internacionales únicas. Pero sólo inteligencias
absolutamente obtusas pueden ver aquí una "contradicción",
pues son incapaces de comprender, por ejemplo, por qué han
ganado la unidad y la solidaridad de clase del proletariado sueco
y noruego, cuando los obreros suecos han defendido para Noruega
la libertad de separarse y constituir un Estado independiente.
8. CARLOS MARX, EL UTOPISTA, Y ROSA LUXEMBURGO,
LA PRACTICA
Declarando "utopía" la independencia
de Polonia y repitiéndolo hasta dar náuseas, Rosa
Luxemburgo exclama con ironía: ¿por qué no
exigir la independencia de Irlanda?
Evidentemente, la "práctica"
Rosa Luxemburgo desconoce la actitud de C. Marx ante la independencia
de Irlanda. Vale la pena detenerse en este punto para dar un ejemplo
analítico de una reivindicación concreta de independencia
nacional desde el punto de vista verdaderamente marxista, y no oportunista.
Marx tenía la costumbre de "tantear",
como él decía, a los socialistas que él conocía,
comprobando su conciencia y la firmeza de su convicción.
Cuando conoció a Lopatin, Marx escribió a Engels el
5 de julio de 1870 un juicio muy encomiástico sobre el joven
socialista ruso, pero añadía:
"...El punto débil: Polonia. Sobre
este punto Lopatin dice exactamente lo mismo que un inglés
-por ejemplo, un cartista inglés de la vieja escuela- sobre
Irlanda".
Marx interroga a un socialista que pertenece
a una nación opresora lo que piensa de una nación
oprimida y descubre en el acto el defecto común de los socialistas
de las naciones dominantes (inglesa y rusa): la incompresión
de su deber socialista para con las naciones oprimidas, el rumiar
prejuicios tomados de la burguesía de la "nación
grande".
Antes de pasar a las declaraciones positivas
de Marx sobre Irlanda, hay que hacer la salvedad de que Marx y Engels
guardaban en general una actitud rigurosamente crítica frente
al problema nacional, apreciando su valor histórico relativo.
Así, Engels escribe a Marx el 23 de mayo de 1851 que el estudio
de la historia le lleva a conclusiones pesimistas respecto a Polonia,
que la importancia de Polonia es temporal, sólo hasta la
revolución agraria en Rusia. El papel de los polacos en la
historia es el de "tonterías atrevidas". "Ni
por un momento puede suponerse que Polonia, incluso comparada con
Rusia solamente, represente con éxito el progreso o tenga
cierto valor histórico". En Rusia hay más elementos
de civilización, de instrucción, de industria, de
burguesía que en la "aletargada Polonia de los terratenientes
nobles". "¡Qué significan Varsovia y Cracovia
comparadas con San Petersburgo, Moscú y Odesa!" Engels
no cree en el éxito de las insurrecciones de la nobleza polaca.
Pero todas estas ideas, que tanto tienen de
perspicacia genial, en modo alguno impidieron a Marx y Engels doce
años más tarde, cuando Rusia seguía aún
aletargada, y Polonia, en cambio, hervía, adoptar la actitud
de la más cálida y profunda simpatía por el
movimiento polaco.
En 1864, al redactar el mensaje de la Internacional,
Marx escribe a Engels (4 de noviembre de 1864) que es preciso luchar
contra el nacionalismo de Mazzini. "Cuando en el mensaje se
habla de política internacional, me refiero a países,
no a naciones, y denuncio a Rusia, y no a Estados de menor importancia",
escribe Marx. Para Marx no ofrece dudas la subordinación
del problema nacional a la "cuestión obrera". Pero
su teoría está tan lejos del propósito de pasar
por alto los movimientos nacionales como el cielo de la tierra.
Llega el año 1866. Marx escribe a Engels
sobre la "camarilla proudhoniana" de París, que
"declara que las naciones son un absurdo y ataca a Bismarck
y a Garibaldi. Como polémica contra el chovinismo, su táctica
es útil y explicable. Pero cuando quienes creen en Proudhon
(y entre ellos figuran dos buenos amigos míos de aquí,
Lafargue y Longuet) piensan que toda Europa puede y debe permanecer
quieta, sentada tranquilamente a sus anchas hasta que los señores
acaben con la miseria y la ignorancia en Francia... resultan ridículos"
(carta del 7 de junio de 1866).
"Ayer -escribe Marx el 20 de junio de
1866- hubo en el Consejo de la Internacional un debate sobre la
guerra actual... Como era de esperar, la discusión giró
en torno al problema de las "naciones" y a nuestra actitud
ante él... Los representantes de la "joven Francia"
(no obreros) defendieron el punto de vista de que todo grupo étnico
y la misma nación son prejuicios anticuados. Stirnerianismo
proudhoniano... Todo el mundo debe esperar que los franceses maduren
para la revolución social... Los ingleses se rieron mucho
cuando yo comencé mi discurso diciendo que nuestro amigo
Lafargue y otros, que han suprimido las naciones, nos hablaban en
francés, es decir, en una lengua incomprensible para las
9/10 partes de la reunión. Luego di a entender que Lafargue,
sin darse él mismo cuenta de ello, entendía por negación
de las naciones, al parecer, su absorción por la ejemplar
nación francesa".
La deducción que resulta de todas estas
observaciones críticas de Marx es clara: la clase obrera
es la que menos puede hacer un fetiche del problema nacional, porque
el desarrollo del capitalismo no despierta necesariamente a todas
las naciones a una vida independiente. Pero, una vez surgidos los
movimientos nacionales de masas, desentenderse de ellos, negarse
a apoyar lo que en ellos hay de progresivo significa caer, en realidad,
bajo la influencia de prejuicios nacionalistas, es decir: considerar
a "su propia" nación como "nación ejemplar"
(o, añadiremos nosotros, como nación dotada del privilegio
exclusivo de organizarse en Estado)[4].
Pero volvamos al problema de Irlanda.
La posición de Marx en este problema
la expresan, con especial claridad, los siguientes fragmentos de
sus cartas:
"He tratado por todos los medios de promover
en los obreros ingleses una manifestación de simpatía
por la lucha de los fenianos... Antes creía imposible la
separación de Irlanda de Inglaterra. Ahora la creo inevitable,
aunque después de la separación se pueda llegar a
una federación". Esto es lo que decía Marx a
Engels en la carta del 2 de noviembre de 1867.
Y en otra carta, del 30 de noviembre del mismo
año, añadía:
"¿Qué consejo debemos dar
nosotros a los obreros ingleses? A juicio mío, deben hacer
de la Repeal (ruptura) de la unión" (de Irlanda con
Inglaterra, es decir, de la separación de Irlanda de Inglaterra)
"un punto de su declaración, en pocas palabras, el asunto
de 1783, pero democratizado y adaptado a las condiciones del momento.
Esta el única forma legal y, por consiguiente, la única
posible de emancipación de los irlandeses que puede entrar
en el programa de un partido inglés. La experiencia habrá
de mostrar más tarde si la simple unión personal puede
seguir existiendo entre los dos países...
"... Lo que necesitan los irlandeses
es:
"1) Autonomía e independencia
con respecto a Inglaterra.
"2) Una revolución agraria..."
Como Marx concedía inmensa importancia
al problema de Irlanda, daba conferencias de hora y media sobre
este tema en la Unión Obrera alemana (carta del 17 de diciembre
de 1867).
En una carta del 20 de noviembre de 1868,
Engels señala "el odio que existe entre los obreros
ingleses a los irlandeses", y al cabo de un año, poco
más o menos (24 de octubre de 1869), volviendo a este tema,
escribe:
"De Irlanda a Rusia il n`y a qu`un pas
(no hay más que un paso)... Por el ejemplo de la historia
irlandesa puede verse qué desgracia es para un pueblo haber
sojuzgado a otro. Todas las infamias inglesas tienen su origen en
la esfera irlandesa. Todavía tengo que estudiar la época
de Cromwell; pero, de todos modos, no me cabe la menor duda de que,
también en Inglaterra, las cosas habrían tomado otro
cariz si no hubiera sido necesario dominar por las armas a Irlanda
y crear una nueva aristocracia".
Señalemos de paso la carta de Marx
a Engels del 18 de agosto de 1869:
"En Posnania, los obreros polacos han
tenido una huelga victoriosa gracias a la ayuda de sus camaradas
de Berlín. Esta lucha contra "el señor capital"
-incluso en su forma inferior, en forma de huelgas- terminará
con los prejuicios nacionales de un modo más serio que las
declamaciones sobre la paz en boca de los señores burgueses".
Por lo que sigue, puede verse la política
que Marx aplicaba en la Internacional respecto al problema irlandés.
El 18 de noviembre de 1869 Marx escribe a
Engels que ha pronunciado en el Consejo de la Internacional un discurso
de hora y cuarto sobre la actitud del gobierno británico
ante la amnistía irlandesa y que ha propuesto la resolución
siguiente:
"Se acuerda
que, en su respuesta a la exigencia irlandesa
de poner en libertad a los patriotas irlandeses, el señor
Gladstone ultraja deliberadamente a la nación irlandesa;
que Gladstone liga la amnistía política
a condiciones igualmente humillantes tanto para las víctimas
del mal gobierno como para el pueblo representado por ese gobierno;
que Gladstone, si bien obligado por su situación
oficial, ha aplaudido pública y solemnemente la revuelta
de los esclavistas norteamericanos y ahora se pone a predicar al
pueblo irlandés la doctrina de la sumisión pasiva;
que, en lo tocante a la amnistía irlandesa,
toda su política es una auténtica manifestación
de la "política de conquista" que desenmascaró
el señor Gladstone, derribando de este modo el ministerio
de sus adversarios, los tories;
que el Consejo General de la Asociación
Internacional de los Trabajadores expresa su admiración ante
la valentía, la firmeza y la elevación de espíritu
con que el pueblo irlandés despliega su campaña por
la amnistía;
que esta resolución deberá ser
comunicada a todas las seciones de la Asociación Internacional
de los Trabajadores y a todas las organizaciones obreras de Europa
y América que estén relacionadas con ella".
El 10 de diciembre de 1869 Marx escribe que
su informe sobre el problema irlandés en el Consejo de la
Internacional tendrá la estructura siguiente:
"... Independientemente de toda frase
"internacionalista" y "humanitaria" sobre "justicia
para Irlanda" -porque esto se sobrentiende en el Consejo de
la Internacional-, el interés absoluto y directo de la clase
obrera inglesa exige la ruptura de su actual unión con Irlanda.
Estoy profundamente convencido de ello, y las razones no las puedo
revelar, en parte, a los propios obreros ingleses. He creído
durante mucho tiempo que la ascendencia de la clase obrera inglesa
permitiría derrocar el régimen irlandés. He
defendido siempre esta opinión en el New York Daily Tribune
(periódico norteamericano en el que Marx colaboró
mucho tiempo). Un estudio más profundo me ha persuadido de
lo contrario. La clase obrera inglesa no hará nada mientras
no se desembarace de Irlanda... La reacción inglesa, en Inglaterra,
tiene sus raíces en el sojuzgamiento de Irlanda" (subrayado
por Marx).
Ahora tendrá el lector bien claro cuál
era la política de Marx en el problema irlandés.
El "utopista" Marx era tan "poco
práctico" que estaba en pro de la separación
de Irlanda, separación que, medio siglo más tarde,
no se ha realizado aún.
¿A qué se debe esta política
de Marx? ¿No fue, acaso, un error?
Al principio, Marx creía que el movimiento
que liberaría a Irlanda era el movimiento obrero de la nación
opresora y no el nacional de la nación oprimida. Marx, sabedor
de que sólo la victoria de la clase obrera podrá traer
la liberación completa de todas las naciones, no hace de
los movimientos nacionales algo absoluto. Es imposible tener en
cuenta de antemano todas las correlaciones que puden establecerse
entre los movimientos burgueses de liberación en las naciones
oprimidas y el movimiento proletario de liberación en la
nación opresora (precisamente esto es lo que hace tan difícil
el problema nacional en la Rusia contemporánea).
Pero las cosas han ocurrido de manera que
la clase obrera inglesa ha caído por un período bastante
largo bajo la influencia de los liberales, yendo a la zaga de los
mismos, decapitándose ella misma con una política
obrera liberal. El movimiento burgués de liberación
en Irlanda se ha acentuado y ha adquirido formas revolucionarias.
Marx revisa su opinión y la corrige. "Qué desgracia
es para un pueblo el haber sojuzgado a otro". La clase obrera
de Inglaterra no podrá liberarse, mientras Irlanda no se
libere del yugo inglés. La esclavización de Irlanda
fortalece y nutre a la reacción en Inglaterra (¡igual
que nutre a la reacción en Rusia el sojuzgamiento de una
serie de naciones!).
Y Marx, al hacer aprobar en la Internacional
una resolución de simpatía por "la nación
irlandesa", por "el pueblo irlandés" (¡el
inteligente L. Vl. haría , seguramente, trizas al pobre Marx
por haber olvidado la lucha de clase!), propugna la separación
de Irlanda de Inglaterra, "aunque después de la separación
se pueda llegar a una federación".
¿Cuáles son las premisas teóricas
de esta conclusión de Marx? En Inglaterra hace ya mucho tiempo
que, en general, quedó terminada la revolución burguesa.
Pero no así en Irlanda, donde la están terminando
ahora, medio siglo después, las reformas de los liberales
ingleses. Si el capitalismo hubiese sido derribado en Inglaterra
con la rapidez que esperaba Marx al principio, no habría
lugar en Irlanda para un movimiento democrático burgués
del conjunto de la nación. Pero puesto que ha surgido, Marx
aconseja a los obreros ingleses que lo apoyen, que le impriman un
impulso revolucionario, que lo lleven a término en bien de
su propia libertad.
En la década del 60 del siglo pasado,
las relaciones económicas entre Irlanda e Inglaterra eran,
desde luego, más estrechas aún que las relaciones
entre Rusia y Polonia, Ucrania, etc. Saltaba a la vista que la separación
de Irlanda era "poco práctica", "irrealizable"
(aunque sólo fuera por su situación geográfica
y por el inmenso poderío colonial de Inglaterra). Siendo
en principio enemigo del federalismo, Marx admite, en este caso,
incluso la federación[5] con tal de que la liberación de Irlanda no
se haga por vía reformista, sino revolucionaria, por el movimiento
de las masas del pueblo en Irlanda, apoyado por la clase obrera
de Inglaterra. No puede caber ninguna duda de que sólo una
solución semejante de este problema histórico habría
sido la más beneficiosa para el proletariado y un rápido
desarrollo social.
Pero las cosas sucedieron de otro modo. Tanto
el pueblo irlandés como el proletariado inglés han
resultado ser débiles. Sólo ahora, por míseras
componendas entre los liberales ingleses y la burguesía irlandesa,
se resuelve (el ejemplo de Ulster demuestra con cuánta dificultad)
el problema irlandés con una reforma agraria (con rescate)
y la autonomía (sin establecer aún). ¿Y qué?
¿Se debe acaso deducir de esto que Marx y Engels eran "utopistas",
que presentaban reivindicaciones nacionales "irrealizables",
que cedían a la influencia de los nacionalistas irlandeses,
pequeños burgueses (es indudable el carácter pequeñoburgués
del movimiento de los "fenianos"), etc.?
No. Marx y Engles propugnaron, también
en la cuestión irlandesa, una política consecuentemente
proletaria, una política que educara de verdad a las masas
en el espíritu de la democracia y del socialismo. Sólo
esta política podía salvar, tanto a Irlanda como a
Inglaterra, de diferir por medio siglo las transformaciones necesarias
y de que los liberales las desfigurasen para complacencia de la
reacción.
La política de Marx y Engels en el
problema irlandés constituye un magnífico ejemplo
de la actitud que debe mantener el proletariado de las naciones
opresoras ante los movimientos nacionales, y este ejemplo ha conservado,
hasta hoy día, un valor práctico enorme: esta política
es una advertencia contra la "precipitación lacayuna"
con que los pequeños burgueses de todos los países,
lenguas y colores se apresuran a declarar "utópica"
la modificación de las fronteras de los Estados creados por
las violencias y los privilegios de los terratenientes y de la burguesía
de una nación.
Si el proletariado de Irlanda y el de Inglaterra
no hubieran adoptado la política de Marx, si no hubieran
hecho suya la consigna de separación de Irlanda, ello habría
sido el peor de los oportunismos por su parte, habría significado
un olvido de las misiones de un democráta y de un socialista,
una concesión a la reacción y a la burguesía
inglesas.
9. EL PROGRAMA DE 1903 Y SUS LIQUIDADORES
Las actas del Congreso de 1903, que aprobó
el programa de los marxistas de Rusia, se han hecho un texto muy
difícil de encontrar, y la inmensa mayoría de los
actuales militantes del movimiento obrero no conocen los motivos
de los diversos puntos del programa (con tanta mayor razón
que no todas las publicaciones, ni mucho menos, que con ellos se
relacionan, gozan del beneficio de la legalidad...). De ahí
que sea necesario detenerse en el examen que se hizo en el Congreso
de 1903 de la cuestión que nos interesa.
Hagamos notar, ante todo, que, por pobre que
sea la bibliografía soacialdemócrata rusa en lo concerniente
al "derecho de las naciones a la autodeterminación",
resulta de ella, sin embargo, con toda claridad que este derecho
se ha interpretado siempre en el sentido de derecho a la separación.
Los Semkovski, los Libman y los Yurkévich, todos estos señores
que lo ponen en duda, que declaran que el apartado 9 es "poco
claro", etc. sólo hablan de "falta de claridad"
por ignorancia supina o por despreocupación. Ya en 1902,
Plejánov[6], defendiendo en Zariá "el derecho a la
autodeterminación" en el proyecto del programa, escribía
que esta reivindicación, que no es obligatoria para los demócratas
burgueses. "es obligatoria para los socialdemócratas".
"Si nos olvidáramos de ella o si no nos decidiéramos
a propugnarla -escribía Plejánov-, temiendo herir
los prejuicios nacionales de nuestros compatriotas rusos, se convertería
en nuestros labios en mentira odiosa... el grito de combate...:
"¡Proletarios de todos los países, uníos!"".
Estas palabras caracterizan con mucho acierto
el argumento fundamental a favor del punto analizado, con tanto
acierto que no sin motivo las han pasado y las pasan temerosamente
por alto los críticos de nuestro programa que se olvidan
de su parentesco. Renunciar a este punto, sean cuales fueren los
motivos que se aduzcan, significa de hecho una concesión
"vergonzosa" al nacionalismo ruso. ¿Por qué
ruso, cuando se habla del derecho de todas las naciones a la autodeterminación?
Porque se trata de separarse de los rusos. El interés de
la unión de los proletarios, el interés de su solidaridad
de clase exigen que se reconozca el derecho de las naciones a la
separación: eso es lo que hace doce años reconoció
Plejánov en las palabras citadas; de reflexionar sobre ello,
nuestros oportunistas no hubieran dicho, probablemente, tantos absurdos
sobre la autodeterminación.
En el congreso de 1903, donde se aprobó
este proyecto de programa defendido por Plejánov, el trabajo
principal estaba concentrado en la comisión de programa.
Es de lamentar que en ella no se levantaran actas. Precisamente
sobre el punto de que tratamos presentarían especial interés,
porque sólo en la comisión los representantes de los
socialdemócratas polacos, Warszawski y Hanecki, intentaron
defender sus puntos de vista e impugnar el "reconocimiento
del derecho a la autodeterminación". El lector que hubiera
deseado comparar sus argumentos (expuestos en el discurso de Warszawski
y en la declaración del mismo y de Hanecki, págs 134-136
y 388-390 de las actas) con los argumentos de Rosa Luxemburgo en
su artículo polaco que hemos analizado, vería la completa
identidad de estos argumentos.
Pero ¿cuál fue ante estos argumentos
la actitud de la comisión de programa del II Congreso, donde
quien más habló contra los marxistas polacos fue Plejánov?
¡Estos argumentos fueron ridiculizados con mordacidad! El
absurdo de proponer a los marxistas de Rusia que excluyeran el reconocimiento
del derecho a la autodeterminación de las naciones quedó
demostrado de manera tan clara y patente que los marxistas polacos
¡¡no se atrevieron ni a repetir sus argumentos en la
sesión plenaria del congreso!! Abandonaron el congreso, convencidos
de lo desesperado de su posición ante la asamblea suprema
de los marxistas, tanto rusos como hebreos, georgianos y armenios.
Este episodio histórico tiene, de suyo
se comprende, suma importancia para todo el que se interese en serio
por su programa. El fracaso completo de los argumentos expuestos
por los marxistas polacos en la comisión de programa del
congreso, así como su renuncia al intento de defender sus
opiniones ante la sesión del congreso, sn hechos muy significativos.
No en vano ha pasado Rosa Luxemburgo "modestamente" en
silencio este hecho en su artículo de 1908: ¡el recuerdo
del congreso le resultaba, por lo visto, demasiado desagradable!
Tampoco ha dicho nada de la propuesta, desafortunada hasta lo ridículo,
de "corregir" el apartado 9 del programa, propuesta que
Warszawski y Hanecki hicieron en 1903 en nombre de todos los marxistas
polacos y que no se han decidido (ni se decidirán) a repetir
ni Rosa Luxemburgo ni otros socialdemócratas polacos.
Pero si Rosa Luxemburgo, ocultando su derrota
en 1903, ha guardado silencio sobre estos hechos, las personas que
se interesan por la historia de su partido se preocuparán
de conocerlos y de meditar sobre su significación.
"... Nosotros proponemos -escribían
en 1903 al congreso los amigos de Rosa Luxemburgo, al retirarse
del mismo- dar la siguiente redacción del apartado 7 (ahora
9) del proyecto de programa: apdo. 7: Instituciones que garanticen
la completa libertad de desarrollo cultural a todas las naciones
que integran el Estado" (pág. 390 de las actas).
Así pues, los marxistas polacos formulaban
entonces, en lo que se refiere a la cuestión nacional, opiniones
tan poco definidas que, en lugar de autodeterminación, proponían,
en el fondo, ¡nada menos que un seudónimo de la famosa
"autonomía nacional cultural"!
Esto parece casi inverosímil, pero,
desgraciadamente, es un hecho. En el mismo congreso, aunque en él
había conco bundistas con cinco votos y tres caucasianos
con seis votos, sin contar la voz sin voto de Kostrov, no hubo ni
uno solo que votara a favor de la supresión del punto referente
a la autodeterminación. Se emitieron tres votos a favor de
añadir a este punto "la autonomía nacional cultural"
(por la fórmula de Goldblat: "creación de instituciones
que garanticen a las naciones la completa libertad de desarrollo
cultural") y cuatro a favor de la fórmula de Líber
("derecho a su -de las naciones- libertad de desarrollo cultural").
Ahora, cuando ha surgido un partido liberal
ruso, el Partido Demócrata Constitucionalista, sabemos que
la autodeterminación política de las naciones ha sido
sustituida en su programa por la "autodeterminación
cultural". Por consiguiente, los amigos polacos de Rosa Luxemburgo,
"al luchar" contra el nacionalismo del PSP, ¡lo
hacían tan bien que proponían sustituir el programa
marxista por un programa liberal! Y al hacerlo acusaban, por añadidura,
de oportunismo a nuestro programa. ¡No es de extrañar,
pues, que en la comisión de programa del II Congreso esta
acusación fuera acogida sólo con risas!
¿En qué sentido entendían
la "autodeterminación" los delegados al II Congreso,
de los cuales, según hemos visto, no hubo ni uno solo que
estuviera en contra de la "autodeterminación de las
naciones"?
Lo atestiguan los tres pasajes siguientes
de las actas:
"Martínov considera que no hay
que dar a la palabra "autodeterminación" una interpretación
amplia; sólo significa el derecho de una nación a
separarse para formar una entidad política aparte, pero de
ningún modo la autonomía regional" (pág.
171). Martínov era miembro de la comisión de programa,
en la que fueron refutados y ridiculizados los argumentos de los
amigos de Rosa Luxemburgo. Por sus concepciones, Martínov
era entonces "economista", adversario furibundo de Iskra,
y si hubiese expresado una opinión que no compartiera la
mayoría de la comisión de programa, habría
sido, desde luego, refutado.
Goldblat, bundista, fue el primero en tomar
la palabra cuando, después del trabajo de la comisión,
se discutió en el congreso el apartado 8 (ahora 9) del programa.
"Contra el "derecho a la autodeterminación"
-dijo Goldblat- no puede objetarse nada. Cuando alguna nación
lucha por su independencia, no podemos oponernos a ello. Si Polonia
no quiere contraer matrimonio legal con Rusia, hay que dejarla en
paz, según ha dicho el camarada Plejánov. Estoy de
acuerdo con semejante opinión dentro de estos límites"
(págs. 175-176).
Plejánov no habló en absoluto
sobre este punto en la sesión plenaria del congreso. Goldblat
se refiere a unas palabras que dijo Plejánov en la comisión
de programa, donde el "derecho a la autodeterminación"
se explicó en forma detallada y popular en el sentido de
derecho a la separación. Líber, que habló después
de Goldblat, observó:
"Claro está que si alguna nación
no puede vivir dentro de los confines de Rusia, el partido no ha
de crearle obstáculo alguno" (pág. 176).
Como puede ver el lector, en el II Congreso
del partido, que aprobó el programa, no hubo dos opiniones
en cuanto a que la autodeterminación significaba "tan
sólo" el derecho a la separación. Incluso los
bundistas asimilaron entonces esta verdad, y sólo en nuestros
tristes tiempos de contrarrevolución consecutiva y de toda
clase de "abjuraciones" ha habido gentes que, por ignorancia,
se han atrevido a declarar que el programa es "poco claro".
Pero antes de dedicar tiempo a estos tristes "socialdemócratas"
de pacotilla, terminemos de hablar de la actitud de los polacos
ante el programa.
Los polacos vinieron al II Congreso (1903),
declarando que era imprescindible y urgente la unificación.
Pero lo abandonaron tras de sufrir "reveses" en la comisión
de programa, y su última palabra fue una declaración
escrita, en la que se hacía la precitada propuesta de sustituir
la autodeterminación por la autonomía nacional cultural
tal y como figura en las actas del congreso.
En 1906, los marxistas polacos ingresaron
en el partido, pero ¡¡ni al ingresar en él ni
después (ni en el Congreso de 1907, ni en las conferencias
de 1907 y 1908, ni en el Pleno de 1910) presentaron nunca propuesta
alguna de modificar el apartado 9 del programa ruso!!
Esto es un hecho.
Y este hecho demuestra con evidencia, a pesar
de todas las frases y aseveraciones, que los amigos de Rosa Luxemburgo
consideraron concluidos los debates en la comisión de programa
del II Congreso y definitiva la resolución del mismo, que
reconocieron tácitamente su error, y lo corrigieron cuando,
después de retirarse del congreso en 1903, ingresaron en
1906 en el partido sin intentar ni una sola vez plantear por vía
de partido la revisión del apartado 9.
El artículo de Rosa Luxemburgo fue
publicado con su firma en 1908 -desde luego, a nadie se le ocurrió
jamás negar a las plumas del partido el derecho a criticar
el programa-, y después de este artículo tampoco hubo
ni un solo organismo oficial de los marxistas polacos que plantease
la revisión del apartado 9.
Por esta razón, Trotski presta en verdad
un flaco servicio a ciertos admiradores de Rosa Luxemburgo cuando,
en nombre de la redacción de Borbá, escribe en el
número 2 (marzo de 1914):
"... Los marxistas polacos consideran
que el "derecho a la autodeterminación nacional"
carece en absoluto de contenido político y debe ser suprimido
del programa" (pág. 25).
¡Trotski obsequioso, enemigo peligroso!
En ninguna parte, si no es en "conversaciones particulares"
(es decir, sencillamente en chismes, de los que siempre vive Trotski),
ha podido encontrar pruebas para incluir a los "marxistas polacos"
en general entre los partidarios de cada artículo de Rosa
Luxemburgo. Trotski ha presentado a los "marxistas polacos"
como gentes sin honor y sin vergüenza, que no saben siquiera
respetar sus convicciones ni el programa de su partido. ¡Trotski
obsequioso!
Cuando los representantes de los marxistas
polacos se retiraron en 1903 del II Congreso a causa del derecho
a la autodeterminación, Trotski pudo haber dicho entonces
que ellos consideraban de poco contenido este derecho y que debía
ser suprimido del programa.
Pero, después de eso, los marxistas
polacos ingresaron en un partido que tenía tal programa y
ni una sola vez propusieron revisarlo[7].
¿Por qué ha silenciado Trotski
estos hechos a los lectores de su revista? Sólo porque le
conviene especular, instigando las divergencias entre adversarios
polacos y rusos del liquidacionismo, y engañar a los obreros
rusos respecto al programa.
Trotski jamás ha tenido una opinión
firme en un solo problema serio del marxismo, siempre "se ha
metido por la rendija" de tales o cuales divergencias, pasándose
de un bando a otro. En estos momentos se halla en la compañía
de bundistas y liquidadores. Y estos señores no tienen muchos
miramientos con el partido.
Vean lo que escribe el bundista Libman.
"Cuando la socialdemocracia de Rusia
-escribe este caballero- incluyó hace quince años
en su programa el punto sobre el derecho de cada nación a
la "autodeterminación", todo el mundo (!!) se preguntaba:
¿qué quiere decir, hablando con propiedad, esta locución
en boga (!!)? No hubo respuesta a esta pregunta (!!). El sentido
de esta palabra quedó (!!) envuelto en bruma. En realidad,
entonces era difícil disipar esta bruma. Todavía no
ha llegado el momento en que pueda concretarse este punto -se decía
entonces-; que siga por ahora envuelto en bruma (!!), y la misma
vida dirá qué contenido debe dársele".
¿Verdad que es magnífico este
"niño en cueros" que se burla del programa del
partido?
¿Y por qué se burla?
Sólo porque es un ignorante supino
que no ha estudiado nada, que ni siquiera ha leído algo de
historia del partido, sino que ha caído sencillamente en
el medio de los liquidadores, donde "es costumbre" andar
en cueros en el problema del partido y del partidismo.
En una obra de Pomialovski, un seminarista
se vanagloria "de haber escupido en una tina de col".
Los señores bundistas han ido más lejos. Hacen salir
a los Libman para que estos caballeros escupan públicamente
en su propia tina. ¿Que ha habido una resolución del
congreso internacional, que en el congreso de su propio partido
dos representantes de su propio Bund han revelado (¡con lo
"severos" críticos y enemigos decididos de Iskra
que eran!) su completa capacidad para comprender el sentido de la
"autodeterminación" e incluso se mostraron conformes
con ella? ¿Qué importa todo esto a los señores
Libman? ¿No será más fácil liquidar
el partido si los "publicistas del partido" (¡bromas
aparte!) tratan a lo seminarista la historia y el programa del partido?
He aquí al segundo "niño
en cueros", al señor Yurkévich, de Dzvin, quien
ha tenido, probablemente, en sus manos las actas del II Congreso,
ya que cita las palabras de Plejánov, reproducidas por Goldblat,
y demuestra saber que la autodeterminación no puede significar
sino derecho a la separación. Pero esto no le impide difundir
entre la pequeña burguesía ucrania, contra los marxistas
rusos, la calumnia de que éstos están por la "integridad
estatal" de Rusia (1913, núm. 7-8, pág. 83 y
otras). Naturalmente, no podían los señores Yurkévich
inventar medio mejor que esta calumnia para alejar a la democracia
ucrania de la democracia rusa. ¡Y un alejamiento tal está
conforme con toda la política del grupo de autores de Dzvin
que preconiza la separación de los obreros ucranios en una
organización nacional aparte!
Al grupo de los pequeños burgueses
nacionalistas que escinden al proletariado -precisamente éste
es el papel objetivo de Dzvin- le viene que ni pintado, como es
natural, propagar el más impúdico embrollo sobre el
problema nacional. De suyo se comprende que los señores Yurkévich
y los señores Libman -que se ofenden "terriblemente"
cuando se dice de ellos que "están situados a un lado
del partido"-, no han dicho nada, ni una sola palabra, de como
hubieran querido resolver ellos en el programa la cuestión
del derecho a la separación.
He aquí al tercero y principal "niño
en cueros", al señor Semkovski que, en las páginas
del periódico de los liquidadores, "denigra" ante
el público ruso el apartado 9 del programa y declara a la
vez que, ¡¡"por ciertas consideraciones, no comparte
la propuesta" de excluir este apartado!!
Es inverosímil, pero es un hecho.
En agosto de 1912, la conferencia de los liquidadores
plantea oficialmente el problema nacional. En año y medio
no hubo ni un solo artículo, a excepción del artículo
del señor Semkovski, sobre el apartado 9. ¡¡Y
en este artículo el autor refuta el programa, "no compartiendo,
por ciertas razones" (¿una enfermedad secreta, o qué?),
la propuesta de corregirlo!! Puede darse garantía de que
no se encontrará con facilidad en todo el mundo ejemplos
de semejante oportunismo, y aún peor que oportunismo, de
abjuración del partido, de liquidación del mismo.
Un ejemplo bastará para mostrar cuáles
son los argumentos de Semkovski.
"Cómo debe procederse -escribe-
si el proletariado polaco quiere luchar al lado de todo el proletariado
de Rusia dentro de un solo Estado, mientras que las clases reaccionarias
de la sociedad polaca quieren, por el contrario, separar a Polonia
de Rusia y obtienen mayoría de votos a favor de ello en un
referéndum (consulta popular): ¿nosotros, socialdemócratas
rusos, habríamos de votar en el parlamento central con nuestros
camaradas polacos contra la separación o a favor de ella
para no violar "el derecho a la autodeterminación"?"
(Nóvaya Rabóchaya Gazeta, núm71).
¡Por donde puede verse que el señor
Semkovski no comprende siquiera de qué se trata! No ha pensado
que el derecho a la separación supone que el problema no
los resuelve precisamente el Parlamento central, sino únicamente
el Parlamento (Dieta, referéndum, etc.) de la región
que se separa.
¡Con la pueril perplejidad del "como
debe procederse" si en una democracia la mayoría está
por la reacción, se vela un problema de política real,
veradadera, viva, cuando tanto los Purishkévich como los
Kokoshkin consideran que hasta la idea de la separación es
un crimen! ¡¡Probablemente, los proletarios de toda
Rusia no deben luchar hoy contra los Purishkévich y los Kokoshkin,
sino prescindiendo de ellos, contra las clases reaccionarias de
Polonia!!
Y semejantes absurdos inconcebibles se escriben
en el órgano de los liquidadores, uno de cuyos dirigentes
ideológicos es el señor L. Mártov. Aquel mismo
L. Mártov que redactó el proyecto de programa y lo
defendió en 1903 y que incluso más tarde escribió
en defensa de la libertad de separación. Por lo visto, L.
Mártov razona ahora según la regla:
Allí no hace falta
un inteligente; Manden ustedes a Read Y yo veré.
¡El manda a Read-Semkovski y permite
que en un diario se tergiverse y embrolle sin fin nuestro programa
ante nuevos grupos de lectores que no lo conocen!
Sí, sí, el liquidacionismo ha
ido lejos: entre muchísimos de los ex socialdemócratas,
e incluso entre los destacados, no ha quedado ni vestigio de partidismo.
Claro está que no se puede comparar
a Rosa Luxemburgo con los Libman, los Yurkévich y los Semkovski,
pero el hecho de que precisamente tales gentes se hayan aferrado
a su error demuestra con singular evidencia en qué oportunismo
ha caído ella.
10. CONCLUSION
Hagamos el balance.
Desde el punto de vista de la teoría
del marxismo en general, el problema del derecho a la autodeterminación
no presenta dificultades. En serio no se puede ni hablar de poner
en duda el acuerdo de Londres de 1896, ni de que por autodeterminación
se entiende únicamente el derecho a la separación,
ni de que la formación de Estados nacionales independientes
es una tendencia de todas las revoluciones democráticas burguesas.
Hasta cierto punto, crea la dificultad el
hecho de que en Rusia luchan y deben luchar juntos el proletariado
de las naciones oprimidas y el proletariado de la nación
opresora. La tarea consiste en salvaguardar la unidad de la lucha
de clase del proletariado por el socialismo, repeler todas las influencias
burguesas y ultrarreaccionarias del nacionalismo. Entre las naciones
oprimidas, la separación del proletariado en un partido independiente
conduce a veces a una lucha tan encarnizada contra el nacionalismo
de la nación de que se trata que se deforma la perspectiva
y se olvida el nacionalismo de la nación opresora.
Pero esta deformación de la perspectiva
es posible tan sólo durante corto tiempo. La experiencia
de la lucha conjunta de los proletarios de naciones diferentes prueba
con demasiada claridad que nosotros debemos plantear los problemas
políticos desde el punto de vista de toda Rusia, y no desde
el "de Cracovia". Mientras tanto, en la política
de toda Rusia dominan los Purishkévich y los Kokoshkin. Predominan
sus ideas; y la persecución de los habitantes alógenos
por "separatismo", por pensar en la separación,
es predicada y llevada a la práctica en la Duma, en las escuelas,
en las iglesias, en los cuarteles, en centenares y miles de periódicos.
Todo el clima político de Rusia entera está emponzoñado
del veneno de este nacionalismo ruso. La desgracia del pueblo consiste
en que, al esclavizar a otros pueblos, afianza la reacción
en toda Rusia. Los recuerdos de 1849 y 1863 constituyen una tradición
política viva que, si no se producen tempestades de proporciones
muy grandes, amenazará durante largos decenios con dificultar
todo movimiento democrático y, sobre todo, socialdemócrata.
No puede caber duda de que, por natural que
parezca a veces el punto de vista de algunos marxistas de las naciones
oprimidas (cuya "desgracia" consiste a veces en que las
masas de la población quedan deslumbradas por la idea de
"su" liberación nacional), en la práctica,
teniendo en cuenta la correlación objetiva de las fuerzas
de las clases en Rusia, la renuncia a defender el derecho a la autodeterminación
equivale al peor oportunismo, a contagiar al proletariado las ideas
de los Kokoshkin. Y estas ideas son, en el fondo, las ideas y la
política de los Purishkévich.
Por eso, si el punto de vista de Rosa Luxemburgo
podía justificarse al principio como estrechez específica
polaca, "de Cracovia"[8], ahora, cuando en
todas partes se ha acentuado el nacionalismo y, sobre todo, el nacionalismo
gubernamental, ruso, cuando es este nacionalismo el que dirige la
política, semejante estrechez es ya imperdonable. En la práctica
se aferran a ella los oportunistas de todas las naciones, temerosos
ante la idea de "tempestades" y de "saltos",
que consideran terminada la revolución democrática
burguesa y van detrás del liberalismo de los Kokoshkin.
El nacionalismo ruso, como todo nacionalismo,
atravesará distintas fases, según predominen en el
país burgués unas u otras clases. Hasta 1905, casi
no conocimos más que a nacional-reaccionarios. Después
de la revolución han surgido en nuestro país nacional-liberales,
Esta es la posición que ocupan de hecho
en nuestro país tanto los octubristas como los demócratas
constitucionalistas (Kokoshkin), es decir, toda la burguesía
contemporánea.
En lo sucesivo es inevitable que surjan nacional-demócratas
rusos. Uno de los fundadores del partido "socialista popular",
el señor Peshejónov, ha expresado ya este punto de
vista cuando exhortaba (en el fascículo de agosto de Rússkoie
Bogatstvo de 1906) a proceder con prudencia respecto a los prejuicios
nacionalistas del mujik. Por mucho que se nos calumnie a nosotros,
los bolcheviques, pretendiendo que "idealizamos" al mujik,
nosotros siempre hemos distinguido y distinguiremos rigurosamente
entre el juicio del mujik y el prejuicio del mujik, entre el espíritu
democrático del mujik contra Purishkévich y la tendencia
del mujik a transigir con el pope y el terrateniente.
La democracia proletaria debe tener en cuenta
el nacionalismo de los campesinos rusos (no en el sentido de concesiones,
sino en el sentido de lucha) ya ahora, y lo tendrá en cuenta,
probablemente, durante un período bastante prolongado[9].
El despertar del nacionalismo en las naciones oprimidas, que se
ha mostrado con tanta fuerza después de 1905 (recordemos
aunque sólo sea el grupo de "autonomistas-federalistas"
de la I Duma, el ascenso del movimiento ucranio, del movimiento
musulmán, etc.), provocará inevitablemente un recrudecimiento
del nacionalismo de la pequeña burguesía rusa en la
ciudad y en el campo. Cuanto más lenta sea la transformación
democrática en Rusia, tanto más empeñados,
rudos y encarnizados serán el hostigamiento nacional y las
discordias entre la burguesía de las diversas naciones. El
singular espíritu reaccionario de los Purishkévich
rusos engendrará (e intensificará) a la vez tendencias
"separatistas" en unas u otras naciones oprimidas, que
a veces gozan de una libertad mucho mayor en los Estados vecinos.
Semejante estado de cosas plantea al proletariado
de Rusia una tarea doble, o mejor dicho, bilateral: luchar contra
todo nacionalismo y, en primer término, contra el nacionalismo
ruso; reconocer no sólo la completa igualdad de derechos
de todas las naciones en general, sino también la igualdad
de derechos respecto a la edificación estatal, es decir,
el derecho de las naciones a la autodeterminación, a la separación;
y, al mismo tiempo y precisamente en interés del éxito
en la lucha contra toda clase de nacionalismos de todas las naciones,
propugnar la unidad de la lucha proletaria y de las organizaciones
proletarias, su más íntima fusión en una comunidad
internacional, a despecho de las tendencias burguesas al aislamiento
nacional.
Completa igualdad de derechos de las naciones;
derecho de autodeterminación de las naciones; fusión
de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional
que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la
experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia.
El presente artículo estaba ya en caja
cuando recibí el número 3 de Nasha Rabóchaya
Gazeta, donde el señor V. Kosovski escribe sobre el reconocimiento
del derecho a la autodeterminación para todas las naciones:
"Mecánicamente trasladado de la
resolución del I Congreso del partido (1898) que, a su vez,
lo tomó de los acuerdos de los congresos socialistas internacionales,
este derecho, según puede verse por los debates, era interpretado
por el congreso de 1903 en el mismo sentido que le daba la Internacional
Socialista: en el sentido de la autodeterminación política,
es decir, de la autodeterminación de la nación hacia
la independencia política. De este modo, la fórmula
de autodeterminación nacional, que significa el derecho a
la separación territorial, no atañe para nada al problema
de cómo regular las relaciones nacionales dentro de un organismo
estatal determinado para las naciones que no puedan o no quieran
salir de Estado existente".
Por donde puede verse que el señor
V. Kosovski ha tenido en las manos las actas del II Congreso de
1903 y conoce perfectamente el verdadero (y único) sentido
del concepto de autodeterminación. ¡¡Comparen
con esto el hecho de que la redacción del periódico
bundista Zait suelte al señor Libman para que se mofe del
programa y le impute falta de claridad!! Extraños hábitos
"de partido" tienen los señores bundistas... Sólo
"Alá sabe" por qué Kosovski declara que
el aceptar el congreso la autodeterminación es un traslado
mecánico. Hay gentes que "quieren hacer objeciones",
pero no ven el fondo del asunto, no saben cuáles, ni cómo,
ni por qué, ni para qué hacerlas.
[1] A cierto L. Vl. de París, le parece que esta
palabra no es marxista. Este L. Vl. es un divertido "superklug"
(lo que puede traducirse por "superinteligente"). El "superinteligente"
L. Vl. se propone, por lo visto, escribir un estudio sobre la eliminación
de nuestro programa mínimo (¡desde el punto de vista
de la lucha de clase!) de las palabras: "población",
"pueblo", etc.
[2] Si la mayoría de la nación noruega
estaba por la monarquía, y el proletariado por la república,
al proletariado noruego, hablando en general, se le abrían
dos caminos: o la revolución, si estaban maduras las condiciones
para ella, o la sumisión a la mayoría y una larga
labor de propaganda y agitación.
[3] Sería un trabajo histórico muy interesante
comparar la posición de un gentilhombre polaco insurgente
de 1863, que era la posición de Chernyshevsky, demócrata
revolucionario de influencia en toda Rusia, que también (como
Marx) supo apreciar la importancia del movimiento polaco, y la posición
del filisteo ucranio Dragománov, quien escribió mucho
más tarde y expresó el punto de vista del campesino,
todavía tan salvaje, dormido, encostrado en su montón
de estiercol, que su legítimo odio a los terratenientes polacos
le impedía comprender la importancia de la lucha de estos
terratenientes para la democracia de toda Rusia. (Veáse La
Polonia histórica y la democracia de Rusia, de Dragománov).
Dragománov ha merecido plenamente los entusiastas abrazos
que más tarde le prodigó P. Struve cuando ya era nacional-liberal.
[4] Compárese, además, la carta de Marx
a Engels del 3 de junio de 1867: "...Por las crónicas
de París del Times me he enterado con verdadera satisfacción
de las exclamaciones polonófilas de los parisienses contra
Rusia... El señor Proudhon y su minúscula camarilla
doctrinaria no son el pueblo francés".
[5] No es difícil ver, dicho sea de paso, por
qué, desde el punto de vista socialdemócrata, no puede
entenderse por derecho a la "autodeterminación"
de las naciones ni la federación ni la atonomía (aunque,
hablando en forma abstracta, la una y la otra encuadran en el término
de "autodeterminación"). El derecho a la federación
es, en general, un absurdo, ya que la federación es un contrato
bilateral. Ni que decir tiene que en modo alguno pueden los marxistas
incluir en su programa la defensa del federalismo en general. En
lo que respecta a la autonomía, los marxistas no defienden
"el derecho a" la autonomía, sino la autonomía
misma, como principio general y universal de un Estado democrático
de composición nacional heterogénea, con marcadas
diferencias en las condiciones geográficas y de otro tipo.
Por eso, reconocer "el derecho de las naciones a la autonomía"
sería tan absurdo como reconocer "el derecho de las
naciones a la federación".
[6] En 1916, Lenin dio en este lugar la siguiente nota:
"rogamos a los lectores que no olviden que Plejánov
fue en 1903 uno de los principales enemigos del oportunismo y estaba
muy lejos de su tristemente célebre viraje hacia el oportunismo
y, posteriormente, el chovinismo".
[7] Se nos comunica que en la conferencia celebrada por
los marxistas de Rusia en el verano de 1913, los marxistas polacos
participaron tan sólo con voz, pero sin voto, y que, en lo
tocante al derecho a la autodeterminación (a la separación),
no votaron en absoluto, manifestándose en contra de tal derecho
en general. Por supuesto, tenían pleno derecho a proceder
de este modo y a desplegar igual que antes su agitación en
Polonia contra su separación. Pero esto no se parece mucho
a lo que dice Trotski, pues los marxistas polacos no exigían
que se "suprimiera del programa" el apartado 9.
[8] No es difícil comprender que el hecho de que
los marxistas de toda Rusia y, en primer término, los rusos,
reconozcan el derecho de las naciones a la separación no
descarta en lo más mínimo la agitación contra
la separación por parte de los marxistas de esta o la otra
nación oprimida, del mismo modo que el reconocer el derecho
al divorcio no descarta la agitación contra el divorcio en
este o el otro caso. Por eso creemos que ha de aumentar inevitablemente
el número de marxistas polacos que se reirán de la
inexistente "contradicción" que ahora "exacerban"
Semkovski y Trotski.
[9] Sería interesante seguir el proceso de modificación,
por ejemplo, del nacionalismo en Polonia, pasando del nacinalismo
aristocrático a nacionalismo burgués y después
a nacionalismo campesino. Ludwig Bernhard, en su libro Das polnische
Gemeinwesen im preussischen Staat ("Los polacos en Prusia";
hay una traducción rusa), colocándose él mismo
en el punto de vista de un Kokoshkin alemán, describe un
fenómeno extraordinariamente característico: la formación
de una especie de "república campesina" de polacos
en Alemania, en forma de estecha agrupación de toda clase
de cooperativas y demás uniones de campesinos polacos en
lucha por la nación, por la religión, por la tierra
"polaca". El yugo alemán ha agrupado a los polacos,
les ha hecho replegarse sobre sí mismos, despertando el nacionalismo,
al principio, en la aristocracia, después en los burgueses
y, por último, en la masa campesina (sobre todo después
de que los alemanes iniciaron en 1873 una campaña contra
el idioma polaco en las escuelas). Hacia eso mismo van las cosas
en Rusia, y no sólo por lo que se refiere a Polonia.
Escrito: Entre febrero y mayo de 1914. Primera publicación: En los núms. 4, 5 y 6 (abril a junio
de 1914) de de la revista Prosveschenie. Digitalización:
Aritz, julio de 2000.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2000.
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